Por Daniel Espartaco Sánchez
No más infodumping, por favor
Un trauma para los Estados Unidos es la guerra civil que dio paso, como rezaba el título de aquella película supremacista, al nacimiento de una nación. Porque las naciones surgen de las guerras civiles, la mayoría de las veces, incluso la idea misma de «una nación» es algo que surge de una minoría y tiene que imponerse con sangre y plomo. ¿Por qué no abordarlo de nuevo en una película de ciencia ficción? ¿Por qué no podría volver a pasar? El cine es reflejo de las preocupaciones y temores de una época, hasta la película más boba puede decirnos algo acerca de lo que pasa en una sociedad, como las fantasías de enfermedad que tienen los individuos. Hoy le temes a los terroristas, mañana le temes a tus vecinos. Civil War (2024) llegó en el momento justo de explotar estos temores en un ambiente político nunca antes visto en los Estados Unidos, y habría sido una propuesta interesante, épica y digna de verse, de no ser por la inocencia, la pretenciosidad y falta de originalidad de Alex Garland, su director y escritor, de quien, parafraseando a Dewey, el hermano menor de Malcolm, no esperábamos nada y aun así logró decepcionarnos.
Civil War es una road movie que, antes de comenzar, nos receta una media hora de discusiones intimistas e infodumping (exceso de información) para luego dar paso a la acción y el suspenso, que es la razón por la que acudimos al cine, no para que nos cuenten en una retahíla de datos el estado de las cosas de este futuro ficticio en el que varios estados —los del sur, como siempre —, se rebelan contra la tiranía de un hipotético presidente que lleva ya tres mandatos presidenciales, algo nunca antes visto después de Franklin Delano Roosevelt. Tampoco que, afeada para tal propósito, Kirsten Dunst es una experimentada fotoperiodista que ha estado en montones de conflictos en todo el mundo y ha visto toda clase de masacres aquí y allá, algo que la ha encurtido más que el cromo al cuero vacuno. Toda esta información se nos pudo haber dado con el correr del argumento en esas pequeñas dosis que siempre se agradecen, o bien, haber empleado el gimmick de regalarte un mapa de los Estados Unidos para que te enteres de cuantas facciones hay en conflicto. Y si sobreviviste despierto esta media hora, incluyendo la aparición de una odiosa niña que también quiere fotoperiodista y admira muchísimo al personaje de Dunst, ya puedes relajarte en tu asiento. Como ocurre en estos casos, Dunst, más encurtida que unos chiles Herdez, la adopta a regañadientes y funge como mentora; mientras que la niñita, como ocurre con los perros en las películas, le enseñará a su maestra a ser más humana, pero además femenina, en una escena que —si tuviste la mala suerte del verla en el cine— no puedes adelantar. Para efectos, la cara que pone Dunst durante toda la película es de “ahí donde me vez, niñita, ya desde chiquita me juntaba con vampiros y fui Amy, la hermana mala onda que le bajó el novio a Winona”.
Ambas mujeres, en compañía de Wagner Moura y Stephen McKinley, un periodista ya no tan joven y uno muy viejo respectivamente, van todos en busca del Mago de Oz, perdón, a entrevistar al presidente de los Estados Unidos, que está a punto de ser depuesto a la fuerza por los rebeldes. ¿Qué podría malir sal? Lo de siempre, muchos peligros y suspenso y tiroteos que nos van a mostrar el grado de descomposición que puede llegar a tener una sociedad, si puedes comprar fusiles de asalto para cazar venados en un Walmart y el monopolio de la violencia se vuelve más democrático. La niñita odiosa aprende muchas cosas de su encurtida tutora, y conoce el verdadero significado de la Navidad, digo, de la muerte, como yacer en una pila de cadáveres asesinados por la espalda y a sangre fría. Y como la corteza cerebral se desarrolla por completo hasta los 25 años, que es donde nace el sentido de la cautela, se pone en una serie de peligros innecesarios, importantes para uno que otro giro en la trama, algo así como el gato en Alien, porque Civil War también quiere hablarnos de la sororidad (es lo de hoy) y el vínculo que puede nacer entre una mujer joven y otra bañada en cromo. Más allá de eso, Civil War es maravillosamente amoral y nihilista, porque no hay en ella ningún cuestionamiento con excepción de unos cuantos diálogos supuestamente irónicos y acartonados, algo que puede ser chocante, pero luego agradeces que, ¡aleluya!, no haya ninguna premisa vacía que alguien intente justificar. Ni siquiera nos dicen quienes son los buenos y quienes son los malos. No hay moraleja, por fortuna. Y como las aventuras por el camino amarillo son insuficientes, Garland intenta vendernos como algo épico la supuesta toma de Washington.
Ahora que se estrenó en streaming, en la plataforma HBO, pensé que sería interesante una doble lectura de Civil War, una anterior a las elecciones de noviembre y una posterior, pero la irrealidad de la trama carece de aristas por donde agarrarla para buscar cualquier tipo de reflexión. Mientras tanto, podemos estar tranquilos, ese país permanecerá tal y como está, mal. Ya ni buenos filmes palomeros saben hacer.
Daniel Espartaco Sánchez (1977). Es autor de varios libros, el último se llama Los nombres de las constelaciones. Ha ganado muchos premios literarios, pero no le gusta presumirlos. Lleva más de un año con la Clínica de Narrativa, un espacio virtual y físico de lectura y reflexión acerca de la escritura creativa. Vive en la colonia Narvarte, el único territorio con el que se identifica hasta el momento.
Foto: Civil War (2024) | A24.