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Subrayados, VIII.

Una doctrina espiritual que no le devuelva la mirada al vacío es un entretenimiento metafísico, un consuelo de alma supersticiosa.

junio 28, 2024

Por Javier Raya

“Cuando más nos acercamos a la esencia del artista con frecuencia es… en sus cuadernos de bolsillo o apuntes de viaje… donde los comentarios escritos y notas personales nos dan una visión íntima de la mente mágica de un o una artista trabajando.”

-Eugene Delacroix.

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Estoy en la casa de Dulce María Loynaz esperando que algo pase. Aunque la actividad a mi alrededor parece frenética a ratos, en realidad nos la pasamos esperando a que empiece algo, llegue alguien, respondan, permitan, o nieguen definitivamente. ¿Quién? Nunca se sabe. En Cuba siempre falta una firma, una autorización, un funcionario a quien consultar. A lo mejor todos —cubanos incluidos, aunque ninguno se atreva a decirlo— estamos esperando a que Fidel acabe de morirse.

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Soñé que mi papá me llevaba a la escuela y de pronto se desataba la guerra, así, como quien dice llueve cuando acaba de ver el sol. El auto quedaba hecho pedazos en medio de otros tantos y corríamos a refugiarnos detrás de una barda caída. Papá trataba de tranquilizarme, no se le veía espantado ni nada. Tenía ese tono como de quien trata de explicar una ecuación complicada a un niño (como cuando Reynaldo me explicó perfectamente la teoría de la relatividad a los 8 años). Yo quería decirle sí, papá, entiendo, pero ahora corramos a refugiarnos, que las máquinas nos superan en número, y corríamos y todo explotaba a nuestro alrededor.

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Una doctrina espiritual que no le devuelva la mirada al vacío es un entretenimiento metafísico, un consuelo de alma supersticiosa. Tu creencia te permite vivir pero también morir. El otro día agradecí (¿a quién?, no importa: agradecer importa) la posibilidad de morir, y me acordé de lo que decía Rilke: el poeta quiere una muerte que sea suya, merecer su propia muerte sin intermediarios, sin médicos ni nada que se interponga entre su vida y su muerte, pero sin que su vida ni su muerte le pertenezcan del todo.

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Traducir un poema de un idioma a otro es traducir poema en poema. Pero creo que la traducción pendiente es lograr trasladar poema a vida, poema a ley, poema a mundo. Pienso en ese volcar necesario del poema en vasijas de idiomas, dejándolos igual de mudos en sus vasijas de papel, agua estancada, nido de mosquitos y funcionarios de mente eternamente provinciana, caciques de la trompetilla. Hablarlos, vivirlos, dejar que los poemas se vuelvan tan concretos como tu familia o tus amigos: esa es la traducción pendiente.

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Semejanza del olfato y el sueño: pensar su codificación intangible, “intraducible” al lenguaje de los despiertos, pero real y concreta para los afectos. Recordar un sueño que soñamos hace tiempo se parece al momento de la proverbial madalena proustiana: el tiempo entre el evento y su recuerdo presente se evapora: el entonces y el ahora son indistinguibles. Es como eso que dice Onetti en “La casa en la arena”:

…terminaría por admitir que el perfume de la mujer (…) contenía y cifraba todos los sucesos posteriores, lo que ahora recordaba desmintiéndolo, lo que tal vez alcanzara su perfección en días de ancianidad.

Este “cifrar” implica un código que funde un contenido y un cuerpo, un mensaje y un medio. Los olores y los sueños comunican a través de lo invisible: una sensación, un impulso físico es la traducción de ciertos aromas y ciertos sueños.

El cuerpo siempre sabe, pero no dice todo lo que sabe. O no todo lo que sabe es traducible a lógos. Y si el cuerpo pudiera traducir lo que sabe a lógos, se llamaría poema y necesitaría de un lector atento para traducir ese poema nuevamente a lo que fue en un principio: un saber del cuerpo, una razón accesible sólo a través de lo irracional de los sentidos.

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“Cuando uno está destinado a ser culpable, no necesita tener nada que reprocharse. La culpabilidad se abrirá paso en la forma que sea.”

-Amélie Nothomb.

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Escucho una entrevista con Severo Sarduy: a pesar de que en su vida leyó todo, desmiente que el escritor deba andar por ahí como catálogo bibliográfico, enarbolando nombres como flores de jacaranda. Apela a una inseguridad mía muy concreta: no sólo a mi mala memoria para los nombres sino a sentir que no he leído lo suficiente / lo correcto / lo necesario. El poeta, como lo entiende Sarduy, mantiene una relación de tensión eléctrica con el lenguaje, de amor y de misericordia y de maratón a través de un campo minado: el poeta es un anticuario que riega un jardín de piedras como mariposas indonesas. Los nombres no le ocupan: lo que lee lo forma, como el viento y el agua dan forma a las montañas. Me acuerdo de esa entrevista que le hacen a Derrida en medio de su vasta biblioteca:

—¿Has leído todos estos [libros], Jackie?

—No, sólo he leído dos o tres. Pero los he leído muy bien.

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“Cada cosa tiene su sombra, cada sombra su luz.”

-Enrique Lihn.

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Escribí una nota sobre un nuevo tipo de publicidad que van a implementar en los trenes europeos. Al parecer han logrado hacer que los vidrios de los trenes vibren en una frecuencia inaudible para los oídos, pero que resuena en los senos paranasales y los resonadores del cráneo. Cuando te duermes apoyado en el vidrio, recibes jingles y comerciales subliminales durante tus sueños.

El sueño era, hasta hace poco, el único ámbito sustraído a la influencia del capitalismo global, un espacio sin publicidad, sin banners, sin pautas, y aunque es gobernado por leyes de intercambio simbólico que pueden entenderse como un mercado inconsciente, el capitalismo sólo se refería al sueño como algo metafórico (“hacer tus sueños realidad”.) Ahora la realidad de los durmientes a bordo de los trenes europeos se verá invadida por el sueño capitalista, y una irrefrenable necesidad de comprar hamburguesas corporativas apenas el durmiente (hambriento) despierte en la estación. Pero estoy seguro que también lograremos hackear ese sistema, y cambiar las pautas publicitarias por el Manifiesto Surrealista, o qué sé yo, por alguna obra de los filósofos oníricos, que sólo pueda consultarse en sueños.

*Publicado en Posdata en el año 2021.

*Imagen: Diario de Delacroix.

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