Subrayados, IX

Me subí a escribir al techo pero no traje llaves y la puerta se cerró con seguro. Estoy encerrado en el afuera, por así decirlo, con cigarros suficientes para un par de horas y mi libreta.

octubre 15, 2024

Por Javier Raya

Pasa un vagabundo y le pide un cigarro al tipo de la mesa de al lado. El tipo le extiende una moneda, pero el vagabundo insiste: te pedí un cigarro, no una moneda. El tipo le dedica una jeta de enfado. El vagabundo (lo llamaré Fedro, me parece muy burdo referirme a él como “el vagabundo”) le pregunta qué está leyendo. Sandman, le contesta el tipo (a él lo seguiré llamando “tipo”) y le extiende una cajetilla abierta. Fedro saca un cigarro y toma el encendedor de la mesa. El tipo se ve bastante molesto, quién sabe si por la interrupción, por el cigarro perdido o por la charla libresca que se desarrolla involuntariamente en su mesa. Fedro le recomienda leer a Tólstoi (“cualquier cosa”) y a Bocaccio. No sé por qué me parece que la recomendación literaria es una suerte de compensación —no necesariamente “pago”— por el cigarro; aunque visto de otro modo, el cigarro pudo ser un regalo al igual que la recomendación literaria, sin que medie entre uno y otra vínculo alguno de equivalencia. A lo mejor todavía se puede dar algo sin recibir nada.

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Leer temprano: bañar el alma, desayunarla, desaletargarla.

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“Tuve una vocación, pero la vocación me atormentaba: soñar”

-Dolores Dorantes.

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La lección de El conde de Montecristo de Dumas no es tanto que un hombre verdaderamente libre no pueda ser aprisionado. No: creo que la verdadera lección es que no importa cuán libre sea un hombre, siempre llevará una prisión a cuestas de la que apenas sabe nada.

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Saliendo de ver Une semaine de bonté de Max Ernst. Maravilla: días de la semana, colores, personajes inconexos, una historieta surrealista hecha de pedazos, como si hubieran estado esperando la cabeza del león y el cuerpo de la bailarina para reunirse después de tanto tiempo. Pensé también en el Tarot. Mi día favorito fue “Mercredi — La Sang — Oedip”, el de cabeza de pájaro. Mientras veía los cuadros escuchaba poemas que nadie decía, pero que tenían una relación directa con las imágenes enmarcadas frente a mí. Mujeres con alas en el culo, humedad y espuma de faldas y crespones, gallos asistiendo a la decapitación matutina, un león disparando sobre su amante y muelles, la bahía bajo la cama, el esqueleto-planta, ese turco que espera órdenes siniestras detrás de la puerta entrecerrada, una mujer naufragando como barcos ebrios, el gallo encabronado, etc. El poema es un instante escrito —pasajeramente fijo, no inmóvil— de esa marea de imágenes. Salgo del museo con los ojos llenos de visiones, los rostros de la gente tienen algo de animales, los edificios tienen algo de corales, las flores de herrería tienen algo de signos de puntuación, las iglesias tienen algo de cartas, los niños tienen algo de aviones, los perros tienen algo de flores.

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Preparamos paella y fue un éxito… relativamente. La comida fue una mierda, pero lo pasamos muy bien. “Bien” quiere decir: logramos darnos a entender sin malentendidos que terminaran en sangre, guerra, muerte y destrucción, que es más o menos lo que solía pasar antes de que aprendiera a desconectar lo que pienso de lo que digo, o a pensar, sin decirlo, todo lo que pienso. La gente prefiere una paella mala que tirar netas no solicitadas.

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“No sólo soy incapaz de un análisis realmente profundo, además soy demasiado artista para pensar en hacerlo; pensar en hacerlo sería pensar en dar de mí la idea de que soy una persona disciplinada y coherente, cuando en realidad soy un analista disperso y sutilmente descentrado. Mi arte es ser yo. Yo soy muchos. Pero, a pesar de ser muchos, soy muchos en fluidez e imprecisión.”

—Fernando Pessoa.

Poner en relación lo anterior con:

“No poseo ningún interés literario. Yo mismo estoy compuesto de literatura, no soy otra cosa y no puedo ser otra cosa”, que le escribe Kafka a Felice.

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Sueño (del 10/sep/2010): Hay un mueble enorme para acomodar (¿exhibir?) plumas y otros instrumentos de escritura y dibujo. Me encargo de acomodar estilógrafos, plumas, lápices, gubias de formas extrañas y puntas de pluma fuente que parecen cabezas de flechas. Había una que llamaba mi atención más que cualquier otra: era una plumilla de cristal o de vidrio, incrustada en una estilográfica de acero azul. Recuerdo que parecía un rastrillo de afeitar y un pájaro orgulloso.

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Me subí a escribir al techo pero no traje llaves y la puerta se cerró con seguro. Estoy encerrado en el afuera, por así decirlo, con cigarros suficientes para un par de horas y mi libreta. Suena a lo lejos una bocina de nota roja: esta mañana hubo una balacera, una persecución entre asaltantes de un camión y la policía. “Vecinos de la calle de Copal”, anuncia la bocina, “cayeron en Anacahuita”. Uno de los asaltantes murió, y dicen que eran vecinos de Santo Domingo. De pronto me siento un poco más seguro encerrado en la inmensidad de este pequeño afuera, como un perro que vive en la azotea y le ladra a los coches amenazantes, a lo lejos.

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Cuando el sentido de lo sagrado se pierde, la función de la religión se limita a organizar la superstición popular. ¿Será posible una religión solitaria, una religión sin otro?

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“Mientras los gorriones neoliberales picotean y destrozan cuanto pueden, y una vez vistos se ahuyentan, el caracol sueña.”

—Rafael Courtoisie.

Imagen: Max Ernst. The Wheel of Light. Serie Historia natural, 1926

*Texto publicado en Posdata en 2021.

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