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Sobre ‘Caldo de Buitre’ de José Jaime Ruiz

La cuestión de las lecturas no es menor. Traza un camino, exhibe y desnuda impúdicamente al autor.  Dime lo que lees y te diré lo que escribes.

octubre 22, 2024

Por Ana María Shua

La tierra es informe y está desnuda pero no vacía. No vemos su desnudez porque nos ciega piadosamente la palabra. Antes y por detrás de la palabra, es el caos. 

El lenguaje nos consuela con la falsa, platónica certeza de una Mesa que representa todas las mesas, un concepto de Hombre que antecede a los múltiples hombres. En la realidad multiforme y heteróclita sólo hay ocurrencias, la babélica memoria de Funes. 

Cuando un niño dibuja por primera vez una casa que nunca vio pero que significa todas las casas, ha conseguido escapar a la verdad, se ha tapado los ojos para siempre con las convenciones de su cultura y sale del caos, que es también el Paraíso, para entrar al mundo creado. 

En un punto intermedio entre la pura ocurrencia, el hecho único, innombrable, que es parte del caos, y la ordenada clasificación de arquetipos a la que nos fuerza el lenguaje, se sitúa este libro de José Jaime Ruiz.

El buitre es un pájaro carroñero, pero también se alimenta de presas vivas. Su mala fama es injusta: Maldoror lo reivindicó con la divina insensatez que caracteriza sus Cantos. No es extraño que su carne sabiamente hervida permita cocinar un caldo que, al decir de Eduardo Galeano, usaban los médicos poco confiables para curar la lepra y la locura. No es extraño que este Caldo de Buitre sanador sea capaz, en realidad, de curarnos para siempre de toda cordura. 

Esto es lo que ha hecho José Jaime Ruiz, para perturbación de sus lectores.  Aunque el mismo Ruiz se muestre desapegado, en algún reportaje, de toda pretensión de originalidad, ha escrito un libro profundamente original, curiosamente trabajado a partir de materiales ajenos. Más que un libro, Caldo de Buitre es un gesto, un giro hacia el futuro que deja atrás incluso el juego irreverente de la posmodernidad. Este libro nos engaña con la perfección física de su bellísima edición, para hacernos entrar en un mundo oscuro, pavoroso, en el que nada es simple, nos lleva por túneles sinuosos hacia estallidos resplandecientes, donde la cruz es más débil que la tentación, siempre en busca de la verdadera belleza literaria, más parecida al caos y al terror que a la plácida simetría. Como el doctor Frankenstein, Ruiz reúne trozos de cadáveres y los acopla en un monstruo genial al que su poesía dota de una vida eléctrica y sensual.  

Utilizando los materiales de una sabia deconstrucción de la realidad, se alza este extraño templo. José Jaime Ruiz interrelaciona, con la precisión de quien coloca las piezas de un puzzles, todos los géneros de la brevedad. Aforismos, citas, pensamientos, poesía en verso y en prosa de refinada calidad, notas periodísticas, comentarios, críticas se combinan en la organización de un microcosmos que da cuenta del mundo, de nuestro complejo, confuso mundo en el que todas las culturas, todas las épocas se cruzan, se fecundan, se reproducen en asombrosas producciones híbridas.  

En castellano, en inglés, en francés, en latín, en letra pequeña y letra grande, en negro y en azul, utilizando las paradojas de la historia, entrecruzando épocas y territorios, José Jaime Ruiz no teme proustituírse, jugar en su hermosa y temible prosa poética con recuerdos del pasado y del futuro, burlarse de las obras maestras y postrarse ante ellas al mismo tiempo, con una reverencia simultáneamente irónica y sincera. De esta suma de contradicciones está formada esta figura que resulta,  sin embargo,  increíblemente nítida. Caldo de Buitre es un alegato contra la banalidad y utiliza la banalidad para denunciarla. El narrador es todos y es cualquiera, no teme transmutarse en mujer, como en el Libro IV. No teme que sus lectores lo sorprendan leyendo alternativamente las cartas del Tarot y a la señora Lessing. Sobre todo, eso: este hombre no teme, no le tiene miedo a nada, ni a los monstruos sagrados ni a las tonterías cotidianas, ni a los insectos ni a los elefantes. 

«El ciclo es acumulación y todo ciclo es difusión, desencadenamiento de energías acumuladas. Los cumplidos ciclos deben imaginar la ruina hacia adelante, derruir lo creado», dice José Jaime Ruiz, en la página 40 de este caldo de papel.

Y es quizás en esta idea de ciclos donde encontramos una de las claves del libro, organizado en once cantos, libros, ciclos.  Se trata, en efecto, de un doble movimiento de acumulación y cataclismo. En parte, todo el texto es un diálogo, una gran conversación con las lecturas de Ruiz, que a la vez, reside junto con ellas en estas páginas que por momentos nos hacen pensar en un diario personal. Esta suerte de hondo procesamiento de lecturas, como alimento que se incorpora a la carne espiritual, hace de Caldo de Buitre un territorio de ecos y de sonidos nuevos donde discurren, discuten, distopizan, disgregan, distraen, encantan y desencantan innumerables voces. La grave voz de Virgilio y la desfachatada de Joss Stone,  Dante con Elvis, Steinbeck, Phillip Roth y Bukowski; Baudelaire, Wilde y Borges, con Volkswagen y la Guerra de las Galaxias… «En mi jardín pastan los héroes» (p. 79) escribe Jaime Ruiz y estas energías acumuladas que explotan de tanto en tanto con un certero golpe de dinamita poética, incluye también las energías de la lectura, entendiendo la lectura como motor de la escritura.

La cuestión de las lecturas no es menor. Traza un camino, exhibe y desnuda impúdicamente al autor.  Dime lo que lees y te diré lo que escribes. Ruiz hace de sus páginas el campo fecundo donde sus maestros pastan, dialogan entre sí, apareciendo alternativamente y con humor, entre aforismos y poemas. Los ojos de José Jaime Ruiz se embeben de lecturas apasionadas y desmitificantes, todo río es el río de Heráclito, un gong no es otra cosa que el ojo de Polifemo, los navegantes en la red deambulan como Baudelaire en París y los emblemas del consumismo son las flores del mall.  Cristina Rivera Garza – Oscar Wilde –Groucho Marx – Petula Clark – Baudelaire – Rimbaud – el Pequeño Saltamontes – Jerzy Lec – Coppola – Sigourney Weaver. Discúlpenme si vuelvo a ennumerar nombres propios, pero la enumeración se hace necesaria, imprescindible, si queremos entender mejor las intenciones de esta sopa que define y representa la sociedad en la que vivimos. 

El yo poético de este libro es una criatura severa y exigente, cruelmente sensible a su tiempo y a su entorno. El Caldo de Buitre no sólo se cocina con versos y aforismos sino también con chistes y juegos de palabras, en un constante desafío a los lugares comunes del lenguaje. No sólo se trata de expresiones verbales: aquí se antologa a la televisión, Internet, las modelos, las películas, productos, cantantes, bares, entre otras figuras de este mundo loco.  El libro de Jaime Ruiz permanece agazapado, a la caza de estos rostros, territorios, juegos, capaces de condensar la sensibilidad de un tiempo y lugar: frivolidades para algunos, pasto fresco para el escritor. Una vez en sus manos, las expresiones comienzan a cambiar, a transformarse y retrucarse a sí mismas. El humor y la ironía, dos elementos fundamentales en Caldo de Buitre, provocan el segundo movimiento del ciclo: la deconstrucción, el cataclismo.  Sylvia Plath ya no es Sylvia Plath, es Gwyneth Paltrow representando a Sylvia Plath, MTV ya no es un canal de TV, es el símbolo de una existencia vacía (empty be).  El Logos se transforma en el Logo en una sociedad marcada por el marketing. Y Ruiz se sirve de todo esto desdoblando las palabras, haciéndolas chocar y contradecirse. Para que el ciclo vuelva a renovarse, para que las energías vuelvan a acumularse, es necesario retornar al caos del Verbo. No puedo dejar de recordar a Joyce en su Finnegans Wake, el humor, la connivencia de géneros literarios, de intertextualidades, esos increíbles juegos de palabras. La búsqueda incesante, agotadora, desesperada del autor es un Ave Fénix que nace, muere y renace en el lenguaje.  

José Jaime Ruiz traza a lo largo de estos once ciclos los vínculos sutiles que unen personajes, sensaciones, actos aparentemente desligados. Es un mapa de caminos que no recorren la tierra ni el aire, sino que activan conexiones ignoradas en la mente del lector. Entonces, se hace la luz. La palabra se vuelve creación, revelación, poesía. 

Olvidemos para siempre la mentira dulzona del chocolate caliente. Lo que necesitamos es Caldo de Buitre para el alma.  Con ustedes, un libro para leer de cualquier modo, guiados por la locura y el azar.

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