¿Qué con la pintura?

Por muchas razones, caímos en la trampa de pensar que debemos de segregar al arte contemporáneo de la búsqueda plástica, o la búsqueda plástica de la contemporaneidad, a favor de una postura excluyente, que finalmente hace pensar que defender la pintura es ir en contra del arte contemporáneo.

diciembre 6, 2024

Por Virginie Kastel Ornielli

Hace unas semanas y dentro de la controversial presencia de las obras censuradas de Ana Gallardo en el MUAC, leí lo sigueinte en una carta, respuesta de una crítica: lamentablemente, este momento histórico fallaba en presentar un arte que realmente no fuera tibio y que nos retaría efectivamente. La carta subrayaba que el regreso de la pintura era reflejo de ello. Brinqué sobre mi silla. Otra vez teníamos a la pintura de rehén (en una discusión ajena) para evidenciar algún tipo de frustración en torno al estado actual del arte contemporáneo.

Esta afirmación reafirma un lugar común del pensamiento contemporáneo: la pintura como medio para el análisis y la puesta en acción de una contracultura no sirve. Y es en parte por esta razón que otros críticos usan la idea de la técnica para hacer valer una noción perenne de lo que debe ser la estética, usando la pintura como ilustración, olvidando que pintar como alguien del pasado, y sin nada que decir, no es hacer arte.  Los argumentos de los tradicionalistas conservadores del medio son apoyados por las extravagancias de un mercado que no refleja la realidad de la gran mayoría de los artistas activos. Cuando la pieza de la banana se convierte en una compra multitudinaria, lo único que sucede es que damos la razón a todo este sector de la comunidad que desentiende el arte contemporáneo y lo tiene en su totalidad en la categoría “arte conceptual”, “decadente”, “inflado”. La realidad es que el arte hoy, no puede ya sostenerse solamente de una imagen y el cinismo de ciertos gestos tampoco puede entenderse como el arte en general. El arte produce imágenes acerca de la contingencia de vivir.

Por muchas razones, caímos en la trampa de pensar que debemos de segregar al arte contemporáneo de la búsqueda plástica, o la búsqueda plástica de la contemporaneidad, a favor de una postura excluyente, que finalmente hace pensar que defender la pintura es ir en contra del arte contemporáneo. Una de las virtudes de la provincia es que sufrimos los males y el desentendimiento en carne propia. El problema con el rechazo es que da poder a los rechazados. En la provincia es muy evidente cómo este malentendido no permite ni al arte contemporáneo ser consumido, o a la pintura ser contemporánea. Olvidamos en medio de la discordia que pintar no te hace artista.

Mientras estamos atrapados en pleitos y anacronismos, la apremiante situación de lo visual provocada por los robots, en un mundo liderado por la inteligencia artificial, hace que la mano y la pintura devengan en salvavidas de lo humano.

Empezamos a devolver al arte contemporáneo lo que le pertenece: el dominio del análisis de la experiencia. La multiplicación de los lenguajes para hacer arte no debe implicar la exclusión de uno sobre otro, no debemos querer mantener las caducas jerarquías académicas sobre las bellas artes sino provocar el estudio de su contenido real y concreto, y exigir a la pintura el nivel y el presente que nos debe. 

¿Por qué creo que la pintura no merece situarse en un pasado sin futuro y en oposición a la experimentación y a la contemporaneidad? Para empezar, sin ser más o menos que cualquier otro lenguaje contemporáneo, la pintura nos sitúa en la extensión de un cuerpo en el sentido pleno de sí: sus aciertos, su fragilidad, su resolución, su peso, su misterio, su fuerza, su error, su alegría. La pintura puede ser dedo, punta del dedo, mano, cuerpo en movimiento, de donde sea que inicie la pintura, la pintura es una acción del cuerpo sobre la realidad, y un resultado de la tensión entre este cuerpo y su mirada. La mirada es la carga conceptual de la cultura sobre un cuerpo. Por lo tanto la acción de la pintura es residual, permeable, llena de todas las grietas del presente. El peligro de la ideología que se inmiscuye en este diálogo con la materia es real y puede ser dañina, ya lo hemos vivido en el Renacimiento con la iglesia, en la modernidad con el estado nación, en la postmodernidad con el mercado.

Si algo debemos entender del tiempo, es que está sometido a las fuerzas que le queremos otorgar, y como seres visuales que impusieron una línea a la cronología, hemos observado que el tiempo tiende a desobedecer y ser curvo y cíclico. En los años ochenta, el último filósofo y pensador de lo visual nos dejó un legado profundo, vitalista en su tradición de pensamiento, y este legado vinculó de manera prolífica a la pintura con la filosofía y el pensamiento. Hoy los pintores tienen una materia gris sobre la que partir, provocando una revolución de nuestros preceptos estéticos hasta llegar al meollo de la desesperación existencial y su materia. Los pintores son los nuevos últimos románticos de los que hablaba Walter Benjamin, y debemos educarnos de nuevo en el arte de la pintura para volver a humanizar las artes visuales de su sentido progresista sin ser apologéticos de la pintura de tecnicistas que no son artistas. La pintura, cuando surge de un artista, resiste las mentiras y los supuestos de la mente gracias a que sólo confía de su introspección. La pintura se definió, gracias a Deleuze, como filosofía en acción. Y que no vuelva a ser menos que eso. La pintura es un medio en devenir como otros lenguajes del arte contemporáneo, que también debemos de apoyar ante las violencias, las insensibilidades y las mentiras.

Virginie Kastel Ornielli es curadora, editora en Tresnubes Ediciones, y docente. Fue Coordinadora General de Artes Visuales de San Pedro Garza García (2021-2024), donde estuvo a cargo del Centro Cultural Plaza Fátima. Obtuvo el premio al Reconocimiento Editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León en 2020. Ha curado las exposiciones independientes Tres maneras de desdoblar un cuerpo de Miriam Medrez en el MACT, Impermanente y frágil en Casa Frissac, Tlalpan (mayo-julio 2024); Estados mentales de Chuma Montemayor, en Ciudad Victoria (agosto-noviembre 2024); y Ver con las manos, Galería Emma Molina, Monterrey (diciembre 2024).

Foto: Steve Johnson | Pexels.

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