Por Sebastián Gómez Matus
Este texto fue escrito, sin pretensiones literarias, mientras estuve detenido en Tenosique, Tabasco, en febrero de 2015. Fue escrito con el único fin de registrar lo que allí vi y resistir al tedio y al tiempo tan particular de la cárcel.
*
Tengo todo preparado para no morirme nunca más, para nunca terminar de escribir un libro y por fin entrar en la vida, impelido, claro, por ella misma, entre ustedes y el paisaje. Anoche demostré que soy Nadie.
Última mañana en México.
Las mariposas que sobrevuelan ¿u oliscan? las piedras de las ruinas mayas de Palenque no proyectan sombra. No pueden elevarse mucho. Quieren entrar en las piedras para salirse de la Historia, que no las convocó, que las dejó revoloteando sin ser un atractivo turístico en particular. Ningún chino, ningún europeo, ningún gringo se pregunta por las sombras que faltan. Y el día está tan soleado. Cuando toman fotos las evitan. Mariposas sin sombra tapan las ruinas. La curvatura de la tierra vista desde las pirámides. La curvatura de la tierra viste las pirámides. Este no es el Mundo.
Detención.
Totalmente desfigurada la luna
en la ventana de la cuca
por la rejilla que la cubre
y el vaho de los cuerpos
que se acumulan.
4 mujeres, 2 niños, 6 hombres y yo.
Insomne, en espera de que nos lleven
a algún punto migratorio, me vine
a tender al último asiento de la van.
Aquí veo la luna, aquí, desfigurada
como todo en esta tierra,
y pensar que en la mañana
estuve en Palenque viendo cómo
las mariposas perdieron allí
hace siglos su sombra –y la buscan,
fuera del tiempo, entre las piedras.
Yo, que fumé piedra en el Hotel República
con Josué, vendedor de películas piratas.
Yo, que anoche cogí toda la noche con Celeste
a sabiendas de que nunca más nos veríamos.
Qué honor, qué orgullo, qué tontera.
Me molesta el calor que mana
de los desconocidos, de lo.
Los zancudos, perfectos
en su camuflaje,
y unos posibles chinches.
La espera (van 4 horas)
y el ingente diálogo conjetural
de los chapines: que pasaremos
una semana, un mes encerrados
antes de que nos manden a la chucha,
que menos, que más, que a mí
la vez pasada…
Aquí está todo el tiempo detenido,
acribillándonos, tórrido.
No sólo nosotros sino que los sueños.
Bajo la luna los acentos
se evaporan; los buses,
carros y camiones pasan hacia el Caribe.
Sin país y sin mujer son ideas
que tienden a confundirse
en la enemistad con todo, mientras
me rasco y lamento no haber ido
a Guatemala cuando debí,
no matarme cuando pude,
no salir de mi madre cuando
era mi madre y yo una salida.
Finalmente se apaga el foco central
del furgón que hace desaparecer
de este registro fronterizo
la supuesta luna.
Alerta migratoria
22 de Oct. 2014. El Instituto Nacional de Migración (I.N.M.) emitió una alerta migratoria respecto al posible tránsito por territorio nacional del ciudadano de la República de Bangladesh Yousuf Mozundor, mismo que fue alojado en la estación migratoria de Tapachula, Chis. A las 14:08, 22 Oct. 2014. Asimismo, referida dependencia tiene conocimiento que esta persona tiene planeado perpetrar un atentado terrorista en E.U.A.
Pensé en Bangladesh, tal vez de Eric Nepomuceno, libro que no he leído y lo más probable, tal vez, no lea nunca. Pienso en las cosas que no haré. Sin embargo, me quedé pensando en la locución adverbial, que es básicamente el estado en que me encuentro, de total incertidumbre. En México todo es tal vez, quizá, ahorita, quién sabe. No piensan en el Tiempo. El Tiempo no pasará Nunca.
Pensé, también, tal vez, en el cumpleaños de Vicenta y de Raya, y por extensión regresiva en el de mi hermana Francisca y el de Rimbaud. Retrocedí dos días entre años muy alejados entre sí. Pero nada queda lejos en el pensamiento, todo está a la mano.
Nota de campo.
Como en la cárcel el tiempo y su percepción son absolutas, no se distingue el uno de la otra, es decir que cada segundo en realidad es síntoma de la eternidad, comencé a repasar y sopesar mi vida, mis vidas posibles en Chile. La historia de mi narración y viceversa. Desplegué muchos posibles comienzos, recomienzos más bien, y me puse a pensar en ti, que es donde Chile se encona. Donde Chile se vuelve pesadilla y ardor. Me di cuenta inmediatamente de lo chistosa (Un chiste personal) que era mi vida. Lo irrisorio de volver a un país del cual salí por fuerza mayor, guiado por un poema brutal. Pensé en alguien, en el lugar que alguien desconocido ocupará. Pensé en una mujer, un fantasma anticipado de mujer. No quiero volver a mi país, no quiero volver a caminar por Santiago nunca más. Pero también es mentira. Mi país, yo. Mentira.
¿Quién será ese fantasma anticipado?
Recién, hace unos segundos eternos, nos pidieron a todos (habremos unos 150) que nos agrupáramos en uno de los dos habitáculos para poder hacer una revisión. Buscaban armas y drogas. No tengo nada de eso. Apenas unos cigarros metidos en los cocos.
Han pasado tres horas desde lo anterior. Estuve conversando con un colega nigeriano, que cayó preso cuando venía de Belice, sin una gota de español en su saliva. Conversamos, en inglés, de casi toda la historia del siglo XX; someramente, también, tal vez, bajo su criterio, me enteré de la historia africana. Mientras conversábamos, yo estaba anotando ciertas cosas cuando entró un policía y me quitó la pluma. Una bic. No se puede tener un lápiz dentro de la celda, es considerado arma. Bien. Por lo menos la policía lo intuye. En efecto, desde ahora escribo con grafito, o lápiz, como dicen los mexicanos. Odio escribir con lápiz, sólo lo ocupo para leer y subrayar y anotar. Anotar no es lo mismo que escribir. Y viceversa: no puedo leer ni subrayar con pluma (bic). Lo último sólo se entenderá en chileno.
Yo sólo los ocupo para leer. Lo único bueno es que, si traen goma, borran. Borrarme. Ver la huella de lo que anoté o escribí me recuerda los palotes que hice cuando niño tratando de que se viera bien la caligrafía en el cuaderno. Hace años que no entiendo mi letra del todo. Por eso lo que escribo siempre tiene algo incógnito para mí, algo que se me contrapone inconscientemente. Algo que yo no dije que resalta en el papel, justamente porque no se entienda y debo poner una palabra que visualmente se le parezca.
Como dije más arriba, me puse a pensar en ti. Sin utilidades, recreándote. Como un futuro a recobrar, un reto (en sus dos sentidos). Encuentro excesivamente paradójico pensar en el amor pretérito y perdido estando encerrado, que es todo menos la libertad, la tan ansiada, la ansiosa, sosia de la desesperación. También pienso si fue amor. ¿Por qué pienso estas cosas? No debería pensar y debería dormir. El sólo hecho de dudarlo me indica que no. Esto me entristece: creo que no soy capaz de amar, algo tan espontáneo; mis mecanismos de defensa me lo impiden. Mi corazón es el órgano del miedo.
O amo así como dejó dicho Stendhal: inventándomelo. Cristalización.
Si todo sale bien, mañana me llevarán al DF (estoy en Tabasco, me acaban de decir) y de allí me trepan en un avión directo a Santiago. No lo puedo creer. Uno no alcanza a familiarizarse con una realidad cuando la realidad te deja huérfano.
Echando de menos, el perla.
En este minuto, en esta eternidad, la concentración que procuro trastabilla dado el movimiento general. Los cubanos gritan, los guatemaltecos chillan, los hondureños fuman y trafican cigarros a $20 (casi mil chilenos; nunca pude dejar de hacer la conversión: es un síntoma). Sin embargo, en todo este encierro, porque es una totalidad, en toda esta eternidad migratoria, he pensado en Chile a través de ti, y te he recordado escribiéndote una carta, que ya te llegará.
Recién me vi agradablemente interrumpido por un chavalo de Honduras que vivió en DF. Es el único homosexual en la celda, y es bellísimo. Se autocensura, regula sus maneras delicadas. Compartimos una nostalgia, bizarra pero nostalgia al fin y al cabo. El DF. Eso: me frustra no poder despedirme de nadie. Me duelen mis amigos, el horror de esa ciudad horrorosa. El horror de toda ciudad. ¿Es el horror algo urbano?
Al mediodía me comuniqué con Gabriela para contarle, y se puso a llorar que casi me destrozó. Creo que voy a seguir conversando con Wilmer. Es bellísimo.
Ya es de día. Hace dos horas que estoy despierto, haciendo un hoyo en el techo con la mirada, agujereando el sol para que disminuya. Espero llegue la Licenciada para que le hable al Consulado; de esto depende todo. Pienso: Eduardo Llanos, punto y coma; César Aira, punto y coma; Pierre Michon, punto y coma. Dudo cada vez que lo ocupo, pero lo ocuparé hasta entenderlo. Creo que mi conciencia está “estructurada” con puntos y comas. Olvídalo: no tiene nada que ver con lo que quiero decir. Absurdo: buscar la referencialidad. ¿Todavía? Sin embargo, es verdad, necesito una comunicación interior, secreta, con alguien que no esté aquí adentro para estar de algún modo afuera. Pienso en Dios. En la cárcel debe ser muy fácil caer en un delirio místico. El sol es mi enemigo.
Te cuento (entre los presos): afuera hace un día estival, lo veo a través de las rejillas de las escasas ventanas. Aquí adentro sólo es aquí adentro, no hay día ni noche. Es la sombra, como se dice. Un hondureño, que me recuerda a un amigo gringo, puso a secar su playera tipo piquet sobre las bandejas plásticas de la comida, allí donde cae con el sol el reflejo de una ventana. Siempre me gustó esta palabra: resolana. Me parece ingenioso pero poco práctico: podría colgarla en la rejilla del tragaluz, donde da permanentemente el sol. Tendrá que correr las bandejas a cada rato, según la rotación de la tierra. Y la polera quedará con olor a humedad. En realidad el calabozo no es lúgubre, todo lo contrario. Pero aun así no hay día, no hay noche. Sólo hay tiempo, como un bloque.
A tres metros de mí hay un señor de unos cincuenta años, chaparro y cochambo, con una sudadera rosa y unos bigotes vietnamitas, canos. Su tristeza me hace no querer mirarlo más, le rezuma, pero me gusta tanto la tristeza suya. Es una estética, una poética, una forma de ser. Es lamentable pero no para tanto. Cuando nuestras miradas se encuentran, me sonríe con sus dientes de plata, o de lo que sea. No soy dentista ni músico: soy un ladrón que escribe.
Un cuerpo encerrado con otros cuerpos por otros cuerpos.
En un rincón están los cubanos, con quienes fumé mota ayer, una que se me quedó en el bolsillo interior de la chaqueta. Entre ellos hay dos señores que por la edad podrían ser mi padre. Pero tampoco podrían serlo: mi viejo es cuatiquísimo. Me agradan los cubanos. Según ellos la relación entre cubanos y chilenos tiene una vieja data. Sé a qué se refieren. Nosotros recién nos conocemos y yo no me siento tan cubano como cubanos se sienten ellos. Esto es muy raro: para los caribeños o centroamericanos, nosotros los conosureños somos casi extraterrestres. Algunos no saben dónde queda Chile ni qué idioma hablamos. Cuando el nigeriano me vio entrar alargando los pasos entre los cuerpos, pensó que yo era un terrorista francés.
Traen el desayuno, que es vomitivo. En una tierra que se jacta de su tradición culinaria, los policías no salvaguardan dicho prestigio. Cedo todas mis comidas. Fumo, tomo agua.
Se acercó a hablarme un hondureño con el que me trajeron, hace cuatro días ya. En un momento, cuando le contaba mi situación, dije “papeles vencidos”. Creo que puede ser un título. Suspendo la conversación y me pongo a tomar notas. Me gustan los escritores imaginativos, como Roussel, entre muchos escritores que inventan un sistema propio y allí se pierden. Perderse, olvidarse. Pero también los vitalistas, por decirlo de algún modo, tipo Chatwin, Genet, etc. Voy a buscar mi desayuno para dárselo a otro.
No sé qué distinción es esta, pero yo la entiendo.
Messi también está preso, y doblemente. Aunque uno se va un rato más, a Guatemala.
Con todo lo lector que soy, aquí es prácticamente imposible sostener una lectura. Mantener la concentración sería un milagro, y la cana no es el espacio de los milagros (sí de las revelaciones). Toda lectura, independiente del género, es la lectura de un poema por encontrar. Cuando leo una novela, cuando leo afiches, cuando leo periódicos, cuando leo cualquier cosa busco un poema. Leo un poema en todo lo que me rodea. Maldito Stevens, qué genio, puso el yo como un encierro del cuerpo, el espacio donde el cuerpo naufraga, un yo afuerino, derredor. Esta cárcel es mi yo.
Lo que veo aquí bien podría coincidir con la idea de poema migratorio, no parece ser un poema sino que su dispersión. Un párrafo arrojado a su celda, sin pasar por la sintaxis. Cada idea tiene su extensión, su linaje, su dimensión, su acápite. De todas formas, no sé dónde irá este (yo).
Una carta de seudoamor (mi amor siempre es seudónimo de la rabia que me hace vivir) deviene una observación participante sobre las cárceles de los migrantes centroamericanos y caribeños en México. El amor, como el sistema penitenciario, punitivo. Todos aquí están presos por amor, es impresionante. Todos quieren, más que algo, a alguien. Y que no está. Y el perla estudiaba Sociología. La gente se va de su país por amor.
¿Cómo llegar, desde aquí, al poema? A través del pasaje. Yo sé que ella no está escribiendo un poema en ninguna parte; a lo más, deja un comentario revolucionario en esa mierda que todos ocupan. Yo sé que ella no. Lo que me gusta de ella, del pronombre, es que es un espacio vacío, aleatorio, cualquiera puede entrar en ella, vaciándola. Casi completamente vacío en un lugar atestado de sueños. Se puede pasar por allí clandestinamente (por el amor y por el pronombre), qué similitud, sufriendo todos los avatares de la feminidad (seudo) y seguir siendo exactamente nadie. Preso: perso. Nadie entiende su nacionalidad, básicamente porque nadie entiende su nacimiento. Fraguar esta similitud. Tal vez los cubanos, o el nigeriano, que no deja de hablarme de lo mal que está África. Le digo que estamos aquí.
No sé por qué escribo así, yo no escribo así.
Pocos aquí saben dónde estamos, ni yo tengo claridad. Varios me han pedido el libro para leer un rato (Diario del ladrón) Nadie es lector aquí, salvo uno que otro cubano y el nigeriano, que proviene de una familia acomodada de Lagos.
Cuando pasa el tren cerca de la estación migratoria, todos se ponen a gritar ¡vámonos! ¡vámonos! en una autoironía genial. Sé que muy pocos en Chile saben que el tren se llama La Bestia. Estamos muy lejos. América no es un continente, es un contenido.
Acaban de sacar a César de la celda para llevarlo al hospital, y en realidad se llama Ikeme Ifeanyi Nonso. Dolor de espalda. Es un negro inmenso, y lleva como un mes detenido. La gente de aquí tiene un espíritu que ya me quisiera yo. Pienso de nuevo en los poetas editados, los futuros burócratas. La cultura es una mierda.
Frustración, impotencia.
Ha llegado una camada de salvadoreños. No saben dónde los agarraron, sólo saben que apenas los suelten volverán. Es como si yo me pusiera a traducir un poema medido del árabe al serbio. Son unos valientes o unos tontos, y son nadie. Reclamábamos con un amigo que le falta épica a la actualidad. Y claro, en plena ciudad la épica es un vacío donde se desfonda la época, pero todos los que pululan por el continente (pienso también en los que migran a Chile: peruanos, bolivianos, ecuatorianos, colombianos) buscando lo que ningún país puede ni quiere proveer. Me da rabia que el sueño sea una engañifa. No saben ni quieren saber lo que significa el otro lado. Algunos países centroamericanos quedarán vacíos o convertidos en cementerios.
Algunos ni siquiera saben dónde nacieron (o lo esconden), como el caso de Leonel y Uriel, hondureños, que no pudieron responder al abogado coterráneo que fue a entrevistarse con ellos para intervenir en su deportación, para acelerarla. No pueden deportarlos si no comprueban quiénes son. Pero, ¿quiénes son?
Los cubanos están furiosos. Llevan casi un mes comiendo mielda, y aquí los fines de semana o feriados no cuentan. Sólo están pidiendo arroz; además, como su gobierno no los reclamará, sólo piden que los dejen seguir al Gabacho, nada más. Policía mexicana reculiá.
Cuasi motín. Los cubanos llevaron casi todos los colchones a la reja de salida para quemarlos. La policía entró con metrallas a golpearnos; recibí un coscacho feo. Me duele, pero es más la rabia y el miedo que siento. En México matar es un deporte. Pensé que nunca más saldría de aquí. Sigo esperando que mi Consulado…
No hay ningún nica. Es un alivio muy personal. Al salvadoreño que venía conmigo en la cuca, le dije que tengo una gran amiga salvadoreña en el DF. Entonces somos primos, respondió.
Huele horriblemente a pata. Yo seguiré sin bañarme, hasta salir de esta pocilga. Me bañaré en Chile, y lo básico será mi primer lujo.
Atrás quedó Playa del Carmen, o Puerto Madero y Teresa, la vasca que conocí en San Cristóbal de Las Casas. Pienso en un poema que no saldrá de mi pluma, sino de una pared que lo hará rezumar. Escribo, ahora más que nunca, para ocupar el tiempo.
Me doy cuenta que aquí me concentro más escribiendo que leyendo. Recuerdo entonces Trilce, Gramsci. Mi color es el único color que no se ve. Igual me dan ganas de ducharme, pero hay 150 personas que quieren lo mismo. Tengo el pelo asqueroso.
Al lado mío duerme la siesta el chapín que ayer se desmayó. Sus calcetines dicen “USA”; su playera “Ferrari”. Son ellos: ¿quiénes? Cuánto tardaré en diquelar esta venia: compartir con ellos, soñar entre sus sueños en qué lengua. ¿Por qué son tan distintas nuestras vidas en casi la misma lengua?
El problema no es salir de Chile sino volver, Enrique. Cuán manido está tu poema. Tu poema brutal. Es un mantra. Se lo digo a los cubanos y me miran con terror.
Poetas estatales. Poetas de Fundación. Burócratas, para todo uso, covachuelistas. Un amigo mexicano quiere entrar en la poesía chilena, yo quiero salir corriendo. Pero ni siquiera estoy en lista de espera.
Mi amor es mi rabia. Y esto es absolutamente triste, como ella, que tiene, no corazón: un espejo. Ése poema de Kabir…
En la celda de al lado, la de las mujeres y los niños, hay una hondureña muy bonita. No muy, pero lo suficiente para que Sibney, nuestro líder, se ponga rijoso y le diga cosas. Ella se sonríe; se ve que quiere, y eso que su marido está con nosotros. Le ofreció leche (mandó a un joven del aseo a comprar) y ella aceptó, entendiendo la metáfora. Cómo funcionan las metáforas en la realidad.
Parece que voy a pasar otra noche aquí. La policía mexicana es una mierda, todas, pero estos ganaron. Lo digo con conocimiento de causa. La peor policía (¿poesía?) de América. Tengo mucha rabia, mucho amor que atorar. Pero es un amor por nadie.
Signo irrefutable de hastío: acostados en sus colchonetas, juegan con sus zapatos, se los ponen y se lo sacan, los tiran e intentan recogerlo con el mismo pie. Esto, durante horas. Calcetines que hace uno, dos meses, quizá fueron blancos.
Acaba de venir la Licenciada para que le firme mi “Retorno asistido”. Firmé, tembloroso. Sentí que era un acto irreal. Me dijo que todo depende de cuándo compren el boleto de regreso. La gente se alegra por mí y tratan de imaginar la distancia que me separa de Chile. Lloro. César, que a estas alturas es mi amigo, me abraza.
Todo de nuevo: los que llegan me preguntan de dónde soy, qué idioma hablo, por qué queda tan lejos, qué moneda tenemos. Preguntan como si fueran de vacaciones la próxima semana a Chile. Respondo que no sé, que en tres años las cosas pueden haber cambiado mucho. Que de donde yo soy casi no se habla pero se habla en castellano, que la moneda es la mano, la palabra, etc. Nos miramos y nos largamos a reír.
Un último que se quedó a la cola me pregunta por qué hablo español. Le digo que es mi lengua materna, pero que también hablo otros idiomas. Reflexiono: mi castellano es totalmente impuro. Hablo con inflexiones francesas, inglesas, portuguesas, etc., aparte de los chilenismos, de la sintaxis chilena. No lo entienden, ni yo. De nuevo nos reímos. Hay una alegría general porque me voy. Estoy contento, pero quisiera despedirme de mis amigos, darles un abrazo, prestarles otro libro.
En la noche Michael Jackson va a dar un concierto. Los cubanos iniciaron una huelga de hambre. Qué hombres más determinados. Yo no soy Jean Genet, me digo, aunque hayamos nacido en la misma fecha. Ni Lezama Lima, ni Salvador Elizondo. Esto no quiere decir que yo sea yo, menos por la flecha.
Si todo es verdad y nada es mentira entre la gente que migra hacia la nada y juega dominó después de haber compartido dos agujitas entre todos los negros (yo un negro más), entonces la verdad o el conocimiento o lo que fuere no recae en la poesía sino en la policía.
No soy lo suficientemente cándido como para creer que la cárcel es una especie de paraíso, pero la cárcel que me ha tocado, su gente, es de un rigor ético sin comparación. Hay una ayuda genuina, una fraternidad espontánea. Hago un esfuerzo por estampar sus rostros en mi memoria. Son maravillosos: aman a la persona que los espera del otro lado. Allí van, es cuestión de tiempo. No quiero volver a Chile, quiero ir con Teresa, en Puerto Madero. Me está esperando. ¿Se preguntará por qué no llego? Quiero llevar una vida tranquila, mojar las patas sentado en el muelle, leer una novela, olvidarme, no querer escribir una novela, leer poesía, olvidarme, y escribir de vez en cuando un poema, disfrutar de las frutas tropicales, olvidarme, llegar a casa y ver que Teresa (también puede ser cualquier otra) está haciendo sus cosas, ver cómo pela una fruta, o si no está, ver sus cosas y saber que volverá en algún minuto, olvidarme, ver la cáscara de la fruta que se comió mientras yo andaba en el muelle, olvidado. Salir a caminar y ver niños en bicicleta. Mirar el mar y pensar que detrás de esa línea no hay nada, nada, nada. Nadar.
Un último hecho tan normal como devastador: murió un hondureño. Sucedió en el peor momento: a César y a mí, el nigeriano, nos habían dicho hace pocas horas que mañana era el día, que esta era nuestra última noche en Tenosique. Contentos por nosotros, los cubanos sacaron la mota que les había llegado (no sé cómo la hicieron entrar), y se sacaron varios que rolaron con los cigarros. Mientras jugábamos dominó nos enteramos del deceso del compañero hondureño. Entró Sibney y nos dijo que el hermano hondureño había muerto hace una hora, que la policía nunca lo sacó del recinto penitenciario siendo que el hospital estaba a quince minutos. Un silencio rabioso, un silencio amotinado. Los cubanos comenzaron a putear a los policías y estos entraron a repartir madrazos. Pasado esto, Sibney retomó la palabra. Dijo que él no creía en dios ni en nada que se le pareciera, pero que si alguien era creyente no estaría demás hacer una oración por el amigo que había muerto en el tránsito frustrado de su sueño. Yo creo en mi sueño, dijo, el mismo del amigo muerto. Estamos aquí por un sueño, parte de este sueño es una pesadilla, parte de esa esa pesadilla que el amigo muriera.
Se paró entonces el cubano que leía la biblia todo el día e hizo la mejor misa a la cual haya asistido en mi vida: breve y profunda, con la retórica de la verdad, de quien está en la verdad, aun siendo cristiano, era más cubano y racional de lo que su religión le pide. No leyó ningún pasaje, no se puso en presencia del Señor. Una misa pagana. Hombres de entre sesenta y cinco años y dieciséis años unidos por la ausencia que se integraba al sueño común. Varios de allí lloramos. El nigeriano entendió inmediatamente lo que había pasado, y me pidió que tradujera lo que decían. Nos abrazamos; sabíamos que al día siguiente partiríamos, él a otro recinto mientras tramitan su asilo y yo a mi país. Nadie dijo palabra durante toda la noche. Así pasé en vela mi última noche en México.
¡Amigo extranjero, en esta Estación Migratoria
nos preocupamos por fomentar la lectura,
por lo que ponemos a tu disposición
textos literarios que esperamos sean de tu interés!
¡Acércate y pide uno al encargado de la mesa de guardia!
A las once de la mañana me sacaron entre aplausos y abrazos de la Celda del Sueño. A las once de la noche sale el avión al DF; a las once de la mañana llego a Chile. Esta es la información oficial.
¿Qué voy a hacer en Chile?
¿Qué era Chile?
*Texto publicado en 2021 en posdataeditores.mx