Museos ¿Espacios de confirmación o fricción?

Cuesta mucho contradecir y confrontar estas instituciones, pues su inmenso poder cultural opaca cualquier iniciativa que les desafíe. Tras los grandes museos se mueven los más importantes capitales de una sociedad.

diciembre 9, 2024

Por Marcel del Castillo

Luego de unas semanas de charlas en las que he participado, como ponente en unas y como público en otras, me queda la sensación de no haber dicho y escuchado nada. Me queda la duda de si las conversaciones en museos o instituciones culturales son ejercicios vacíos de crítica y rellenos de promoción y autopromoción, de formas de hacer y de pensar, más cercanas a las vitrinas de una tienda departamental que al intercambio de ideas entre dispares. De ahí que surja siempre la pregunta de si los museos son espacios de confirmación o de fricción.

Esta dualidad se manifiesta en todas las facetas y escalas de un museo, pero principalmente —que es donde me quiero detener en este relato— en sus procesos de investigación curatorial y en su relación con el público y el contexto donde se desenvuelve la institución.

Con los años, los museos han representado para mí, como artista y público, una figura de poder. Un jerarca que decide e impone sus ideas y formas mediante la práctica artística de algunos creadores, que terminan siendo instrumento de ese poder. Da igual si los artistas traen una propuesta densa e interesante o no, igualmente son instrumentalizados, con conciencia o no, para imponer los pareceres y saberes institucionales en el campo del arte y la cultura.

Cuesta mucho contradecir y confrontar estas instituciones, pues su inmenso poder cultural opaca cualquier iniciativa que les desafíe. Tras los grandes museos se mueven los más importantes capitales de una sociedad. Esta es una condición que los designa y somete a voluntades e intereses particulares.

Sin embargo, en los últimos años ha existido una tendencia en sus gestiones para acercarse al público, creando sistemas de mediación con las comunidades de su contexto específico bajo la premisa de crear nuevos públicos. Y desde el lado curatorial, proponer investigaciones de proyectos y artistas con especial sensibilidad por temas que afectan e importan a la sociedad, como son: el medio ambiente, la violencia, los dominios políticos, etc. Esfuerzos que en mayor o menor medida han tenido impacto en el quehacer del arte local, y en el alcance de los discursos artísticos en sectores de la sociedad.

Pero el sabor de boca es que todavía, pese a esas aperturas, siguen siendo espacios monolíticos, culturalmente hablando; cuyas actividades de mediación terminan siendo de confirmación de su mensaje. Por ejemplo, posterior a una inauguración de una exposición, se gestionan desde la curaduría: charlas, encuentros y visitas para reafirmar el planteamiento museístico y no para confrontarlo. No hay apertura a la crítica desde adentro para posibilitar eso que el arte sabe hacer muy bien, ofrecer otros mundos posibles.

A propósito de estos cuestionamientos quiero rescatar algunas ideas del recién nombrado director artístico del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, MALBA, el brasileño Rodrigo Moura. En una entrevista para el diario argentino Clarín1, menciona algunos postulados en los que, creo, vale la pena detenerse para abrir posibilidades o discordias con las visiones y misiones actuales de los museos.

“El museo es un espacio para discutir ideas” .

(Moura, 2024).

Está claro, y así lo confirma Moura, que los museos deben asumir su rol de detonadores de diálogos a partir de sus propuestas artísticas. Sin embargo, creo que hace falta profundizar en esa idea para entender mejor cómo se ejecuta ese diálogo; de cómo pasar de la retórica a la dialéctica, de cómo agitar y generar fricción entre conocimientos, para generar otros. De ahí que los ejercicios se mueven entre: ¿Conversación jerarquizada, entre dominante y dominado, o una búsqueda de horizontalidad del conocimiento? ¿Propuestas temáticas unidireccionales, o como resultado de una relación a doble vía con el contexto? ¿Intercambios circulares dentro del campo del arte o impulsores de relaciones transdisciplinares?

“El museo es una construcción de la Edad Moderna, que tiene en su raíz ideas progresistas y que seguirá siempre siendo un espacio donde las ideas pueden ser debatidas, discutidas. Pero si el oscurantismo llega y saca todo, ya no hay más museo. Deja de existir. Por eso no es tanto estar en los lados de la polarización sino promover el derecho a la información, el derecho a la diferencia.”

(Moura, 2024).

Y también moderna es la jerarquía del conocimiento y su apropiación ideológica. Aquí comienza a ser sospechoso el concepto de diálogo cuando parte de una idea de progreso cuyo tinte político, aunque “debatido y discutido” tiene una ruta ya trazada. Es decir, una afectación controlada, de confirmación, que se manifiesta de dos maneras predominantemente: La interpretación unilateral del pasado como causa de un presente y su continua cadena de consecuencias estudiadas y delimitadas, y por otro lado, la exclusión de intervenciones críticas y de exploraciones laterales y/o periféricas, que son las que permiten desestructurar los conceptos ligados a la línea de tiempo del progreso, que además, es la línea de tiempo de un poder. En este caso, un poder sociocultural, que es el que atañe al museo.

La institución cultural se confunde y se disuelve en “Esta progresión absurda, infinita, forzosamente expansiva… [que] genera de forma espontánea la megalomanía del hombre de negocios imperialista, que se enfada con las estrellas porque no puede anexionárselas” (Arendt, 2004). Esta imagen de Arendt nos lleva a pensar que el ideal de progreso en un museo supone que el arte es lineal y que un tiempo se superpone a otro exponencialmente. Esto ataca directamente la idea del arte como espacio indeterminado que viaja sin control entre los tiempos del pensamiento, la sensibilidad y la estética. En este panorama, ¿cómo puede surgir un diálogo que ya está condicionado por una continuidad del tiempo?

“Es importante estar atento que el museo sirva a la sociedad como un todo, no solo a un estrato o a una parte”.

(Moura, 2024).

En la actualidad, vemos como los artistas defienden los espacios expositivos culturales, las galerías públicas y los museos, como lugares estrictamente pertenecientes al arte, para discutir el arte, promover y apoyar a los artistas. No deja de ser una posición victimista y paternalista. Pues, en el fondo, los artistas entienden estos espacios como los responsables de su desarrollo profesional, personal y creativo. En este sentido, las palabras de Moura resuenan con la idea de que las instituciones museísticas responden a una agenda social, colectiva y no a un solo sector. De hecho, mi propuesta siempre ha sido que los museos sean lugares de encuentro y fricción entre saberes diversos, complejos y contradictorios. Esto requiere una apertura institucional, pero, sobre todo, una disposición de los artistas a comunicarse socialmente con otras disciplinas, y asumir el arte como una parte de un todo, de un tejido, donde la práctica creativa aporta críticas y crea otras relaciones posibles dentro de ese tejido. Se requiere, entonces, que el “museo siempre tiene que estar trabajando con las diferencias, hacer narrativas aún más amplias.” (Moura, 2024).

“Creo que los museos se convierten un poco en catedrales del futuro, que hay una suerte de peregrinación, donde la gente sale de donde está y va para estar en el museo, una inmersión. Es muy importante que los museos se piensen como destinos: sitios donde la gente quiere estar, quiere compartir una experiencia fuera de lo ordinario, de lo cotidiano”.

(Moura, 2024).

Suena desafortunado el símil de museo como una catedral del futuro. Ya ha sido complejo separarlo de su concepción como templo de las artes y todas las connotaciones que eso conlleva: jerarquía de conocimiento, imposición de ideologías hegemónicas y de estéticas funcionales al dogma, así como lo que representa para el público como seres sumisos frente a la autoridad y majestuosidad de las imágenes; la arquitectura y el aura epistemológico que rodea a estas estructuras, cuyas acciones, eventos y discursos, son solo confirmaciones fácticas de sus ideas y conceptos sobre el mundo. No deja de ser curioso que hoy en día, las catedrales también están en decadencia. Sus comunidades religiosas escasean y son, antes que nada, epicentros del turismo burgués y gentrificador de nuestro tiempo.

Al final, no queda claro hacia dónde se moverá el Malba con su nuevo director artístico, pero luce como una confirmación de una actividad que se inclina más hacia la cultura de espacio turístico, la promoción y confirmación de su extensa colección, que hacía ser un territorio de fricciones sensibles y cognitivas en contacto con su contexto y su tiempo. Esto también anuncia el plano general de lo que seguiremos viendo en los museos.

La propuesta de instituciones más abiertas generadoras y receptoras de conocimientos luce algo lejana y requiere un mayor esfuerzo a corto, mediano y largo plazo.

Marcel del Castillo es artista, curador y docente. Vive y trabaja en Monterrey. Sus prácticas artísticas son espacios de especulación y juego entre documento y ficción. En la actualidad su trabajo se ha enfocado en la representación de las vinculaciones culturales al agua en México.

1 Mazzei, March, (20-11-2024) Rodrigo Moura:”El Museo es un espacio para discutir ideas,pero si el oscurantismo llega, deja de existir”, Clarín, https://www.clarin.com/cultura/rodrigo-moura-museo-espacio-discutir-ideas-oscurantismo-llega-deja-existir_0_yvjH5Shgzd.html?utm_term=Autofeed&utm_medium=Social&utm_content=RevistaN&utm_source=Facebook&fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTEAAR3eUquKImpxTkLUF5rZB1FnJH_i-lGd2UM20-Lt8QX-zn2PL3_zibFlr7Q_aem_ctxPjHRsqE9iFBFy-fQJpA&sfnsn=scwspwa#google_vignette

Arendt, Hannah, (2004),  “La tradición oculta”, Paidós, Barcelona

Compartir:

Usamos cookies para mejorar tu experiencia y personalizar contenido. Al continuar, aceptas su uso. Más detalles en nuestra Política de Cookies.