John Lennon y Dimebag Darrell: La Fragilidad del Genio Musical

El 8 de diciembre es una fecha que lleva consigo un peso especial en la historia de la música. Dos tragedias, separadas por más de dos décadas, ocurrieron en este día, marcando para siempre el recuerdo de los fanáticos.

diciembre 9, 2024

Por Arturo Roti

El 8 de diciembre es una fecha que lleva consigo un peso especial en la historia de la música. Dos tragedias, separadas por más de dos décadas, ocurrieron en este día, marcando para siempre el recuerdo de los fanáticos. Uno de esos sucesos lo viví como un recuerdo vago, escuchando a Jorge Berry en una transmisión de la NFL; el otro, muchos años después, ya consciente del impacto, me dejó pensando en lo vulnerables que pueden ser los músicos frente a la devoción o la obsesión de sus seguidores.

John Lennon y un legado que no comprendí en su momento

Era un lunes por la noche de 1980. Aunque los detalles se desdibujan en mi memoria, aún tengo ese recuerdo de la voz de Jorge Berry interrumpiendo la transmisión de un partido de la NFL, anunciando la muerte de John Lennon. Mi familia lo comentó, pero yo era muy joven para dimensionar lo que significaba Lennon para la música. No entendía aún que era el hombre que, junto a los Beatles, había transformado por completo la cultura popular, desafiando las normas sociales y creando un catálogo musical que permanece como un pilar inamovible del arte contemporáneo.

El álbum que Lennon había lanzado justo antes de su muerte, “Double Fantasy”, era un renacimiento musical y personal. Tras cinco años de retiro para dedicarse a ser padre, regresó con una obra llena de contrastes, amor y reflexiones profundas. El disco está dividido entre temas de John y de Yoko Ono, con canciones como “Woman”, ”(Just Like) Starting Over”, o «Watching the Wheels»; por cierto, con esta última siempre he sentido una conexión especial, es como si John Lennon, desde algún rincón del tiempo, hubiera conocido mi esencia antes de que yo mismo la descubriera. Esta canción captura algo tan humano y auténtico: el deseo de detenerse, reflexionar y vivir en el presente, sin necesidad de competir con las expectativas de los demás. La letra resuena con aquellos que han optado por alejarse de las presiones externas para abrazar la paz interior. Es más que una canción; es un manifiesto de aceptación.

Irónicamente, esa búsqueda de tranquilidad de lo que habla “Watching the Weels” fue truncada por Mark David Chapman, un fanático trastornado que lo asesinó fuera del edificio Dakota en Nueva York.

Chapman era alguien que, obsesionado con Lennon y su mensaje, desarrolló un resentimiento inexplicable hacia el músico. La ironía amarga es que Chapman buscaba inmortalizarse, pero lo único que logró fue arrebatarnos a uno de los artistas más grandes de todos los tiempos.

Dimebag Darrell: otra tragedia, el mismo día

El 8 de diciembre de 2004, mientras Damageplan, la banda que Dimebag Darrell había formado tras la disolución de Pantera, tocaba en el club Alrosa Villa en Columbus, Ohio, ocurrió una tragedia escalofriante. Apenas habían empezado el show cuando un hombre, Nathan Gale, logró subir al escenario y disparó contra Dimebag Darrell. Recuerdo haber leído sobre cómo los asistentes al principio pensaron que era parte del espectáculo, hasta que la realidad se impuso de forma brutal.

Gale, un ex infante de marina con problemas mentales, disparó a quemarropa y no se detuvo ahí. Otros intentaron detenerlo, pero también perdieron la vida. Finalmente, un oficial de policía abatió a Gale, pero el daño estaba hecho: Dimebag Darrell, uno de los guitarristas más influyentes del metal, había sido asesinado en plena presentación. Su habilidad con la guitarra, su pasión por el heavy metal y su carisma hicieron de él un ícono inmortal.

El hecho de que Gale lo atacara en un escenario, el lugar que debía ser su santuario, es un recordatorio aterrador de lo que un fanático trastornado puede llegar a hacer.

El lado oscuro del fanatismo

Ambos casos reflejan un tema que siempre ha sido preocupante: los extremos a los que puede llegar la obsesión. Tanto Lennon como Dimebag Darrell fueron víctimas de personas que se consideraban fanáticos pero que, por problemas psicológicos, cruzaron una línea peligrosa. El fanatismo, cuando se lleva al extremo, deja de ser admiración y se convierte en un arma destructiva.

El asesinato de Lennon fue un golpe a una generación entera que veía en él una figura de esperanza, paz y creatividad. Por otro lado, la muerte de Dimebag Darrell mostró que, incluso en un género como el metal, que puede parecer rudo e impenetrable, la vulnerabilidad humana sigue presente. Ambos nos dejaron una lección amarga: los artistas son seres humanos, no deidades, y su seguridad no debería depender del azar.

El 8 de diciembre: un día de luto para la música

El 8 de diciembre se ha convertido, para mí, en un día de reflexión. Recuerdo vagamente cómo, siendo niño, el anuncio de la muerte de Lennon pasó frente a mí sin que lo comprendiera, lo leía en los periódicos y lo veía en televisión, pero no lo entendía al cien. Años después, cuando me enteré del asesinato de Dimebag Darrell, ya era plenamente consciente del impacto de estas pérdidas. Más allá de la tristeza, estas tragedias me recuerdan la fragilidad del vínculo entre los artistas y su público, y cómo, en el mejor de los casos, ese vínculo puede ser una conexión profunda, pero en los peores, puede volverse destructivo.

Hoy, al escuchar “Double Fantasy” o alguno de los solos incendiarios de Dimebag en “Cowboys From Hell”, no puedo evitar pensar en cómo estas tragedias también marcaron nuestra historia musical. Tal vez, como dijo Lennon en «Watching the Wheels», ambos solo buscaban hacer lo que amaban, alejados del ruido exterior. Y aunque ambos se fueron demasiado pronto, el eco de su arte sigue vivo, desafiando al olvido. Mientras sigamos escuchando sus canciones, mientras sus notas resuenen en nuestras vidas, Lennon y Dimebag nunca desaparecerán del todo. Ambos representan el contraste entre la creación y la destrucción, la belleza y la brutalidad, y nos invitan, desde su ausencia, a valorar la música como un refugio sagrado que trasciende lo terrenal.

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