Por Daniel Espartaco Sánchez
Cada vez que mi madre me cuenta hasta el final una película de M. Night Shyamalan, yo le digo: “cuéntamela, mami, de todas formas, no la voy a ver”. Pero intentaré resumir Gladiador II sin incurrir en revelaciones que puedan herir la susceptibilidad de aquellos que todavía creen en la importancia de la trama, más allá del contenido. Paul Mescal representa a Hanno (sí, así se llama) y nos encontramos conque vive en una ciudad Nubia junto al Mediterráneo, en donde inexplicablemente sólo son blancos él y su esposa guerrera, Xena. Más adelante sabremos por qué Hanno es blanco, pero nunca nos explican por qué su esposa también es blanca. Y exijo una explicación.
Los tortolitos se aman el uno al otro en paz y armonía en una vida bucólica (la tesis), pero amenazada por el malvado Imperio Galáctico, digo, Romano, que se presenta al lugar en una horda de romanas trirremes (antítesis) comandada por el melancólico, y con cara de poeta existencialista, general Acacio, interpretado por Pedro Pascal. Por cierto, Paul Mescal y Pedro Pascal podría ser un bonito trabalenguas si comienzas a repetirlo una y otra vez en voz alta. Acacio es un general que sufre con cada victoria suya y cada vez que masacra, esclaviza gente y quema pilas de cadáveres, pero eso no le quita ni lo guapo, ni lo gallardo, ni lo arrojado y, como lo hacía Julio César, el tipo que comenzó todo, no le pide nada a sus hombres que él mismo no pueda hacer, como chocar trirremes contra una muralla y escalar por una torre, bajo una lluvia de flechas y calderas en llamas, gladio en mano, abriéndose paso a gladiazos sobre carne humana, pero bárbara. Y así, en esa batalla, la desechable para el argumento, e inexplicablemente esposa blanca, muere de un flechazo colérico por órdenes de —¡pero qué bien se ve su cabello!— Pedro Pascal.
Esta es la razón por la que Paul Pascal, digo, Paul Mescal, jura venganza contra Pedro, no sin antes ser capturado y, ya se sabe, ser vendido como esclavo y convertido en gladiador por un tal Macrino, interpretado por el poco versátil ganador de un Óscar, Denzel fucken Washington. Y aquí, si tienes repasada bien tu historia de Roma, no te pongas a gritar en el cine que Macrino no era así, que toda esta historia es una ma… pero al menos ya sabes que: a) El Macrino histórico no debía de tener la misma tonalidad de piel que Washington, pues nació en Cesárea en el seno de una noble fami… y b) cómo va a acabar la cosa con los perversos emperadores gemelos Geta y Caracalla disfrazados de David Bowie.
Tanto el guionista, David Scarpa, como el director, Ridley Scott, se basan en una serie de tópicos y lugares comunes clásicos para montar este argumento: el niño perdido, la herencia, la donación de la espada, la venganza, el honor, la corrupción de la Roma antigua y el siempre atractivo mito del gladiador, lleno de maravillosas inexactitudes históricas. Hablar de Ridley Scott e inexactitudes históricas resulta tan baladí, como aseguraba Borges acerca de la misoginia de Shakespeare (aunque esto tal vez no lo resulte tanto), que parece existir un culto secreto en redes sociales y foros para detectarlas, aun cuando resultan más que obvias; al grado de que Scott se atreve a poner en películas anteriores, por ejemplo, al mismísimo Moisés al lado de Ramsés II en Qadesh, la mayor batalla de la edad de bronce; o bien: hacer que los caballos lleven bridas en el año 121, cuando todavía no se habían introducido en Europa, pero, ¡qué diablos!, estamos hablando de cine. Como dijeron los Ramones: I don’t care about history ‘cause that’s not where I wanna be. Para ir al cine es importante establecer un pacto con la ficción, y si es un pacto grandioso, mejor. Para todo lo demás, para la gente aburrida, existe Mubi.
Hace ya tiempo que las películas de Ridley Scott dejaron de tocarme alguna fibra sensible, y, al parecer, hasta me he perdido de algunos de sus últimos trabajos, pero me debía a mí mismo una inocente salida al cine con palomitas y refresco, sin enfrentarme a un producto que cuestione el patriarcado, mi lugar en la sociedad, mi identidad, o el sistema capitalista por entero. Estoy harto de que ahora tanto el cine, la televisión o la literatura quieran aleccionarme. Sólo quiero volver a ser aquel espectador inocente que va al cine a vivir otra vida, aunque sea falsa; frente a dos horas y media de batallas y tortazos en el Coliseo romano, emperadores perversos, injusticias, intrigas, espionaje, podredumbre romana, pero sobre todo, animales exóticos: mandriles, rinocerontes, tiburones; y la mejor recreación de una batalla naval en el Coliseo que un miércoles de dos por uno puede pagar. Y por supuesto, al final hay un mensaje, aunque no recuerdo cuál era: la justicia, la libertad, cualquier palabra abstracta, ¿importa?