Por Alejandra Méndez
Desde el año pasado, la ciudad de Caracas ha sido testigo de una temática de esculturas urbanas bastante particular. En lo que parece ser un intento por despertar cierta sensibilidad artística y embellecer sus espacios, la capital venezolana ha recibido a figuras icónicas de cuentos infantiles como Mafalda, El Principito y Snoopy. De acuerdo al periódico El Neverí, las obras fueron realizadas con una mezcla de resina epóxica con cuarzo molido, fibra de vidrio y metal. Recorriendo diferentes puntos del municipio Baruta podemos encontrar a una reflexiva Mafalda sentada en una banca pública, así como la escultura de Snoopy acompañado de su compañero canario Woodstock, y la pieza de El Principito que se encuentra de pie sobre un montículo de concreto con el nombre de Darwin Gonzalez, alcalde del municipio, grabado sobre la superficie. Esta serie de obras, si bien lucen atractivas e inofensivas a simple vista, forman parte de una corriente que pudiera indicar un empobrecimiento cultural dentro de la sociedad venezolana, producto de la crisis que atraviesa el país y que su gobierno intenta incesablemente en ocultar.
Pero, para entender este capítulo de la historia del arte venezolano actual, debemos comprender nuestro pasado y cómo Venezuela se ha relacionado con el arte en tiempos pasados. A finales de los años 50, el país se convierte en una república democrática y a su vez, en un faro para el resto de naciones vecinas que atravesaban sus propias crisis y dictaduras. Los nuevos gobiernos democráticos se enfocaron en tratar de convertir a Venezuela en un referente para el resto del continente, y una forma de hacerlo fue a través del arte. Durante los años 60 y 70, se experimentó una oleada de obras monumentales hechas por vanguardistas venezolanos y financiadas por el Estado. Dentro del repertorio de artistas podemos encontrar a Jesús Soto, Carlos Cruz Diez y Alejandro Otero, quienes revolucionaron el espacio urbano del país integrando el arte cinético con la arquitectura de la ciudad. Estas obras a gran escala eran un reflejo del modernismo y visión de futuro que aspiraba la reciente república democrática, una Venezuela con infraestructura sólida, ambición cultural y recursos para apoyar el talento criollo. Así como la intención de construir una identidad nacional invitando a los ciudadanos a experimentar el arte dentro de su cotidianidad, siendo conscientes del reflejo que aportaba a la realidad del país en su momento.
Hoy en día, lo que se ve en las calles de Venezuela no solamente es una realidad estética muy distante de ese “glorioso” pasado, sino que también nos preguntamos cuál es el propósito de las nuevas obras urbanas que adornan Caracas, pues ¿cómo pasamos del arte cinético que ofrecía un diálogo entre un país creciente y sus avances tecnológicos a la banalidad de esculturas de personajes como Mafalda y El Principito? Si el arte nos ofrece una ventana a nuestra historia, ¿qué nos puede decir la escultura de Snoopy sobre la actualidad de Venezuela?
La escritora Rita Segato hace la afirmación de que “nos han robado el tiempo y con el tiempo se fue el arte y el placer de conversar”, esto me lleva a pensar sobre la situación del arte en la Venezuela actual. Puesto que parece ser que en nuestra contemporaneidad, el arte que invita a la reflexión y el diálogo ha sido sacrificado por un producto superficial y vacío en todos los sentidos, obras diseñadas para la desconexión y descontextualización, una distracción de nuestra realidad.
En ese orden de ideas, es prudente mencionar que la crítica hacia las esculturas de personajes de caricaturas o libros infantiles no tiene que ver con una cuestión de gusto o falta de visión artística, sino con lo que representan dentro del contexto de un país y una población que lucha constantemente por el acceso a necesidades básicas como alimento, medicinas o seguridad. Primero, nos enfrentamos a una realidad donde ya no existen los recursos ni el apoyo estatal para financiar obras monumentales honestas. Y segundo, estamos siendo testigos de cómo se deja de ver el arte nacional como una forma de diálogo para y con su población.
Volviendo a la frase de Rita, cuando hablamos de que nos han robado el tiempo, nos referimos a ese espacio temporal que nos permite interactuar con obras que hagan cuestionarnos o nos inviten a imaginar un futuro prometedor como lo hacían Soto y Cruz Diez. En “La sociedad del espectáculo”, el filósofo Guy Debord, plantea y advierte sobre la idea de que nuestras experiencias sociales se van poco a poco transformando en simples espectáculos, es decir, instantes que solo buscan entretener sin profundizar. El conjunto de esculturas de Snoopy, El Principito y Mafalda son reflejo de esa teoría, pues realmente están diseñadas para decorar banalmente, tomarte una selfie, compartirla en redes sociales y desechar esa experiencia lo más pronto posible para sumergirte en otra y así sucesivamente. A diferencia del arte cinético, no son piezas contemplativas, sino que tienen un fin de ser consumidas y coleccionadas como si se tratara de un álbum de figuritas que posteriormente será olvidado en algún cajón.
Otro claro ejemplo de este tipo de arte, que pudiera ser catalogado como instagrameable, es la obra de Antonio Azzato, la cuál también ha llegado de visita a la ciudad de Caracas y podemos encontrar sus esculturas en diferentes puntos del municipio Chacao. Estas reinterpretaciones de Las Meninas de Velázquez por parte de Azzato son un intento muy superficial de representar una identidad nacional posiblemente sesgada, puesto que la obra termina reforzando una versión estereotipada de lo que significa ser venezolano. El artista, aparentemente atrapado en comerciales de los 90, parece considerar que la identidad venezolana siguen siendo playas, el Salto Ángel y mujeres bellas. Esta acotación no tendría mayor relevancia si el caso no fuera que esos hermosos paisajes están siendo destruidos por culpa de un gobierno ecocida. ¿Cómo enorgullecerse de “tener” al Salto Ángel cuando el Parque Nacional Canaima está siendo deforestado gracias a la minería ilegal de la que el mismo gobierno es cómplice? O hablar del caribe venezolano sin hacer referencia a los constantes derrames petroleros en las costas por el escaso mantenimiento de las refinerías? Afectando al ecosistema marino y las comunidades aledañas a las plantas petroleras, como el caso de extrema contaminación en el Lago de Maracaibo del estado Zulia. También, se exalta a la mujer venezolana, pero eso no quiere decir que exista una igualdad de oportunidades o que remotamente se viva en una sociedad matriarcal. Tal como lo menciona el autor Alejandro Moreno, Venezuela es realmente una sociedad matricentrada, donde la mujer no tiene un verdadero poder, pero se le atribuyen todas las responsabilidades de su comunidad y los hogares que encabeza. Según Ramón Cardozo Álvarez para DW (2024), “solo cuatro de cada diez mujeres venezolanas participan en el mercado laboral” y “siete de cada diez hogares pobres están encabezados por mujeres que no trabajan por responsabilidades en el hogar”. Pero, la crisis del país no solamente afecta el trabajo, a través de los años la mujer venezolana se ha venido enfrentando cada vez más a la falta de recursos y servicios como acceso a anticonceptivos, productos de gestión menstrual o atención médica ginecológica. De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud, se estima que para el 2020 en Venezuela la tasa de mortalidad materna fue de 259 madres por cada cien mil niños vivos, lo que representa un aumento del 180% desde el año 2000. Las razones de mortalidad varían entre las pésimas condiciones de los hospitales, así como complicaciones no atendidas durante o después del embarazo y parto. Entonces tenemos a una demográfica explotada y sin dignidad, pero eso sí, son las mujeres más bellas del mundo, como lo indican las siete coronas que ha ganado el país en el certamen Miss Universo, al cual Azzato hace referencia en una de sus meninas “Miss Rayas”.
Como Snoopy, estas obras son únicamente un telón en un escenario donde se destaca la ilusión de normalidad y se esconde una ciudad con fuertes roturas estructurales. Hubo un tiempo en que Caracas era vista como un museo vivo, en el que el espectador se movía, cambiaba de perspectiva, formando un diálogo entre el arte, la ciudad y su gente. Los vanguardistas venezolanos creaban piezas que demandaban del tiempo y la atención de su público. Ahora tenemos un arte que no aporta crítica ni reflexión sobre su plasticidad, que ignora su contexto y tampoco desafía; como señala Segato, un arte que ha perdido su capacidad de generar conversación.
Los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro se encargaron de desmantelar los espacios de creación artística con libertad y hoy vemos las consecuencias de esas ausencias: tenemos a una ciudad decorada con figuras infantiles que invitan a olvidar los problemas de su entorno, olvidar que alguna vez en esa misma plaza o calle donde está la obra, un militar mató a un estudiante que protestaba por sus derechos humanos. Todo eso mientras el legado de los artistas que alguna vez posicionaron en alto en nombre del país, se ve deteriorado por culpa de una mala gestión y desinterés por preservar nuestra historia, borrando lo que alguna vez pudimos ser, pues efectivamente nos han robado el tiempo. Haciendo referencia al filósofo Giorgio Agamben, hemos entrado a una época temporal vacía, donde nuestra historia parece estar detenida y esas esculturas son el ejemplo visual de ese ciclo. Hace 50 años Soto y Cruz Diez nos dieron la oportunidad de soñar e imaginarnos un futuro a través del arte. Ahora, apenas podemos recordar nuestro pasado y Snoopy no es lo suficientemente nostálgico y/o propio como para olvidar la realidad que vive el país.
Alejandra Méndez Urich (Isla de Margarita, 1999). Diseñadora gráfica multidisciplinaria, parte del estudio creativo LAT | A Creative Company (anteriormente La Tortillería) y miembro del programa Canva Creators LATAM.
*Texto realizado en el marco del Taller de Crítica (edición 2024), impartido por Violetta Ruiz, en la Casa de la Cultura de Nuevo León.