Por Juan Pablo García
Umar Pasini (1900-1940)
Nacer en un barco a mitad del océano atlántico fue lo que hizo de Pasini un hombre de todas partes, un hombre que más que hombre era agua y como el agua no tenía pelo. No fue un impedimento ser lampiño al cumplir los diecinueve años para proponerse una tarea inacabable: escribir la Historia Universal de la Barba. Tampoco era su verdadera ambición escribir un libro de historia según dictaban los cánones, Pasini imaginaba una historia de la espiritualidad guiada por las barbas más sabias que ha dado el mundo.
En la buhardilla de Biagio Bennoni, maestro del joven Pasini y considerado por todos como el más discreto y el más barbudo de los sabios en Italia, el joven Umar, al que Bennoni apoda L’tozzo curioso debido a su delgadez y su afán de conocimiento, realiza un ejercicio de paciencia y concentración que consiste en contar cada pelo que ha crecido en el rostro del viejo maestro desde hace dos décadas; a Pasini le toma cerca de nueve horas continuas hacerlo, nueve horas sin beber agua, comer o ir al baño. Al terminar, Pasini cree haberse iluminado. Su maestro le dice que para iluminarse le hace falta ser más stronzo, más estúpido.
Después de tres años de investigación en la Biblioteca Nazionale Braidense Di Brera el todavía joven sin barba llegó a la conclusión de que podía clasificar a los sabios de la siguiente manera: aquellos que tenían barba y aquellos que no la tenían ni la tendrían nunca. Sin encontrar más posibilidades de clasificación, empezaba su libro con un comentario a la barba de Lao Tsu, que entre otras cosas, había sido el culpable de que Pasini dejara de rasurarse, aunque no le saliera pelo. La barba, iniciaba Pasini en tono casi poético, es ante todo, el silencio de los filos, aunque también mascara y olvido del rostro; la barba dirige la mirada hacia adentro, ahí donde dejamos de ser el que se ve en los espejos para mirarnos a nosotros mismos; la barba es lo incorpóreo del cuerpo, la trascendencia del rostro mediante la intensificación de la mirada y por consiguiente de la consciencia: la barba es un llamarada de fuego seco invertida que conecta la cabeza con el corazón. Este libro, continúa Pasini, crecerá como la barba de Lao Tsu, mediante una no-acción, que es la única acción verdadera.
Pasini creía que la barba que porta el sabio es una sucesión de crecimientos pasados que solamente tienen su consistencia de barba, su barbitud, en el eterno presente. Se cuenta que nuestro héroe viajo a Bombay para conocer a un maestro del que muchos le habían hablado, un sabio clasificado en la segunda categoría: aquellos que no tienen barba ni la tendrán nunca. Se trataba del vendedor de cigarrillos y guía espiritual Sri Nisargadatta Maharaj. Al llegar a la tienda del sabio, Pasini se sentó en el suelo junto a los hombres que iban diariamente a preguntarle cosas de la vida y la consciencia.
Cuando el maestro llegó, Pasini se asombró por su abundante falta de vello facial. Después de una serie de preguntas dichas en una lengua extraña, decidió pagarle a uno de los traductores que ahí se encontraban para poder así desembarazarse de esa pregunta que llevaba cargando varios kilómetros atrás. ¿Por qué no tengo barba?, preguntó Pasini, y el traductor transformó sus palabras en una masa amorfa, inentendible para él pero entendible para el maestro que lo miró con sus ojos saltones, casi poseídos, y respondió: Un hombre que estaba sentado en una densa obscuridad quiso eliminar la obscuridad y comenzó a implorar a Dios. Entonces alguien vino y dijo: «¡Qué! ¿Acaso vas a eliminar esta obscuridad con tu devoción? No. Tienes que traer la luz». La luz fue traída y la obscuridad se disipó. Hacer disciplina no es necesario, pero usted debe saber que esto es la Verdad, y que la Verdad no tiene barba ni bigote; sin embargo, es la Verdad lo que usted debe realizar. La Verdad no tiene ninguna forma. Si la Verdad tuviera una forma, usted habría ido y la habría obtenido. Después Nisargadatta le ofreció un cigarrillo que Pasini rechazó. ¿No fumas? Preguntó el sabio. ¿Entonces para qué vives?
Al día siguiente Pasini tuvo un sueño. Se encontraba en un pueblo árido y cada hombre, aparte de poseer una abundante barba, declaraba haber recibido la iluminación. En ese lugar en el que todos conocían la verdad suprema, se sintió desesperado como nunca en su vida o en un sueño; aquellos hombres no le dirigían la mirada cuando él mendigaba en las aceras por saber cuál era el camino. Al caer la tarde, segundos después en el tiempo del sueño, entró a un café para gastar sus últimas monedas en una Coca Cola y un paquete de tabaco. La tendera lo miraba desde el mostrador con curiosidad, se acercó a él y le dijo en tono misterioso que si quería hacer algo con su vida debía poner una peluquería en esa tierra, volverse el peluquero de todos esos hombres peludos. Al despertar, Pasini emprendió el camino a Marruecos con la firme intención de hacer lo que había dicho esa extraña mujer.