Cien años de telenovela

Gran expectativa ha despertado la tan anunciada adaptación de Cien años de soledad producida por Dynamo y distribuida por Netflix, los mismos que hicieron Narcos y El Chapo. Lo cual, ya en sí, era una mala señal. 

diciembre 15, 2024

Por Daniel Espartaco Sánchez

Gran expectativa ha despertado la tan anunciada adaptación de Cien años de soledad producida por Dynamo y distribuida por Netflix, los mismos que hicieron Narcos El Chapo. Lo cual, ya en sí, era una mala señal. Y mucha de esa expectativa proviene de aquella parte del público que cree sinceramente que una gran obra de la literatura es imposible de adaptar y le encanta ver cómo fracasan los demás en el intento. Muchos comentarios de este tipo he leído en estos días en las redes sociales, porque existen ciertos libros que se convierten en fetiches o tótems que no deben tocarse, bajo pena de escarnio público: Cien años de soledadPedro Páramo, etcétera

            Confieso que no soy devoto de García Márquez ni de sus libros, y esto tal vez pueda darme una lente más neutral para ver una adaptación al lenguaje audiovisual. No creo que exista obra que no pueda intentar trasladarse a otro medio, pero, además, no encuentro gran dificultad en adaptar Cien años de soledad, porque es materia pura para Hollywood. Por muy monumento de la lengua española que sea, Cien años de soledad es un libro extremadamente comercial. Tiene guerra, amor, sexo, violencia, milagros, un montón de cursilerías, cien años de la historia de una familia, etcétera… y por eso es el gran bestseller latinoamericano. Y qué lindo y exótico es todo, qué bonitas y perfectas frases redondas. Es más, Cien años de soledad está construido con tantas frases tan bonitas, que ha inspirado, por desgracia, a un montón de generaciones de señoronas de Las Lomas para escribir sus propias y eximias imitaciones. 

            Conviene otorgarle el beneficio de la duda al trabajo de Alex García López y Laura Mora, los directores y los guionistas de la serie, así como a los actores y productores, entendiendo que una adaptación es una lectura de una obra literaria con los medios expresivos del género al que la vas a llevar. Pudo haber sido una traslación al ballet, por supuesto, o al teatro guiñol. Si alguien busca, como siempre, fidelidad absoluta al libro, pues le aconsejo volver a leer el libro, siempre será mejor. Y sin embargo, la versión en cuestión intenta, por supuesto, una falsa idea de fidelidad, que es lo correcto, y en mi opinión lo hace bastante bien con su variedad de efectos para las transiciones a futuro, los escenarios, y los arcos argumentales de los personajes; incluso la voz en off apunta bien en los momentos adecuados, y nos ofrece una relectura auditiva (si tal barrabasada existe) de las excelsas y algunas muy cursis frases del Gabo —poesía efectista la mayoría de las veces —, lo que no quita que luego te sorprenda con un maravilloso adjetivo bien puesto de vez en cuando. El resultado es una maravillosa telenovela mejor que Narcos, pero no que Betty la fea (finalmente Made in Colombia). Que si algunos actores están sobreactuados, pues así pasa en las telenovelas. Habrá a quien, por ejemplo, no le guste el actor que la hace de José Arcadio. Que si hablan como en Sin tetas no hay paraíso. Señores, así hablan los colombianos, y cuidado, se pega. Yo tardé como una media hora en acostumbrarme a que un millennial o un centennial fuera el Abraham de la saga, el fundador de la estirpe, pero se supone que era joven cuando empezó todo, ¿no? La verdad es que el material de origen se presta para el culebrón que es esta adaptación, en donde literalmente va a pasar de todo, lo mismo se podría hacer con cualquier mamotreto de Eugène Sue. Y nos gustan los culebrones.

            De acuerdo, Cien años de soledad es un monumento del idioma español; de acuerdo, es una Scheherezade moderna. Sí, como microcosmos, Macondo representa a toda la América hispánica, su historia. Macondo está en todas partes. Todos somos Macondo. Sí, vivimos atrapados en el Macondo de la soledad. Sí, está bellísimamente bien escrito. Más allá de eso, no veo por qué hacer tanta alharaca. No le veo ningún significado oculto a ese libro, no voy a encontrar ahí la combinación perfecta del Tetragrámaton ni la fórmula para convertir el plomo en oro.

Daniel Espartaco Sánchez (1977). Es autor de varios libros, el último se llama Los nombres de las constelaciones. Ha ganado muchos premios literarios, pero no le gusta presumirlos. Lleva más de un año con la Clínica de Narrativa, un espacio virtual y físico de lectura y reflexión acerca de la escritura creativa. Vive en la colonia Narvarte, el único territorio con el que se identifica hasta el momento.

Imagen: Netflix.

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