Cenicienta son los papás

Anora: una fábula demasiado simple 

enero 20, 2025

Por Daniel Espartaco Sánchez

«Botas de mosquetero», así le llamábamos a ese calzado que las muchachas comenzaron a usar a partir de 1990, cuando se estrenó Pretty Woman, con Richard Gere y Julia Roberts; ese calzado que se negó a terminar su ciclo hasta mediados de la década. Todavía hoy pueden verse oficinistas de mi edad enfundadas en botas de mosquetero sobre inverosímiles leggins púrpuras o verdes por las avenidas corporativas. Al parecer, cada generación de muchachas necesita renovar sus votos con el cuento de Cenicienta gracias a Hollywood. Pero ninguna como Pretty Woman, ¿verdad?, pues Cenicienta es una trabajadora sexual. Pero si hoy en día, rodeado de gente civilizada, les preguntara qué opinan de Pretty Woman, me dirían que no visualiza la dura realidad de las trabajadoras sexuales; que es una romantización de una relación desigual, donde el hombre tiene el control financiero y emocional, algo que refuerza estereotipos de dependencia femenina; que promueve la idea de que una mujer necesita validación de un hombre para tener reconocimiento; que sugiere que las trabajadoras sexuales necesitan ser «salvadas» y perpetúa una visión superficial del empoderamiento femenino basado en la conformidad con estándares capitalistas y patriarcales. Lo siento, le diría a Celia, mi compañerita de segundo grado: Cenicienta no existe, Cenicienta son los padres. 

            Y estando todos de acuerdo en esto, llega Sean Baker a traernos una Cenicienta que pretende ser realista y no un cuento de hadas sino una fábula contemporánea que viene a contarnos alguna especie de oscura moraleja, se trata de una comedia que finalmente no termina como una comedia y como dijo Milhouse Van Houten: “era como Romeo y Julieta, pero…”

            En el primer acto, Anora (Mikey Madison) es una bailarina y stripper que trabaja en un club de Nueva York, y vemos su relación con los clientes y con otras chicas hasta que conoce a Vanya (Mark Eidelstein), el hijo mimado de un oligarca ruso, que vive en una horrible mansión y pasa la vida jugando videojuegos, fumando pipa, bebiendo y organizando fiestas con sus amigos. Hasta ahí todo bien, pero en el paso al segundo acto, Vanya le pide a Anora exclusividad por una semana y que sea su novia; y más desparpajo, fiesta, drogas y (red flag) videojuegos de disparo en primera persona. Desde el principio sabemos que algo está mal con el muchacho: demasiadas drogas, demasiados videojuegos, demasiadas actitudes infantiloides, hasta que, al final de la semana, Vanya le pide a Anora que se case con él. Un trato sencillo, pues, si se casa con una norteamericana, puede obtener la green card y ya no tendría que regresar a Rusia ¡a trabajar! en las empresas de su padre, seguramente compinche de Vladimir Putin. 

            Anora es una muchacha madura y centrada, de orígenes modestos, que ha llevado una vida dura, pero, aun así, se deja llevar por el sueño de casarse con el hijo de un oligarca ruso: renuncia a su trabajo y a esa dura vida nocturna obnubilada por la falsa visión del empoderamiento femenino basado en la conformidad con estándares capitalistas y patriarcales. Y se casan en Las Vegas, como Britney Spears, pero, al igual que le sucedió a Britney Spears… A la madre del niño le llegan los rumores de que el pequeño Vanya se ha casado y ha sido visto con Anola en un club nocturno. La madre del niño, además, se llama Galina Ekaterinova, pues no existe nombre más ruso que ese. Galina Ekaterinova le llama a Toros (Karren Karagulian), un armenio que supuestamente está a cargo de vigilar al niño, quien le llama a otro armenio, Garnik (Vache Tovmasyan), quien le llama a otro ruso —por si hacen falta músculos— el guapo y entrañable Igor, interpretado por Yuri Borísov, quienes van a buscar al Vanya para comprobar si es cierto que se ha casado y anular el matrimonio una ves que lo han comprobado. Cuando Vanya se entera de que además sus padres regresan a Nueva York al día siguiente, huye despavorido dejando a Anora en compañía de estos aparentemente rufianes que resultan ser bastante ineptos para controlar a la chica, y la situación en general, en una escena demasiado larga que en algún momento tedioso casi me recordó a Joe Pesci y Daniel Stern en Home Alone. Y es cuando la historia se vuelve interesante, porque —surprise, surprise , Anora no es una Cenicienta más, sino un largo periplo en busca del pequeño Vanya; la falsa visión del empoderamiento femenino basado en la conformidad con estándares capitalistas y patriarcales, o sea: en busca del príncipe azul. Esta es intención de Anora, claro; la intención de Toros es encontrar a Vanya para llevar a los dos muchachos a anular el matrimonio en un juzgado antes de que aparezca la temible Galina Ekaterinova. Así, Anora se puede definir como: dos armenios, un ruso y una pequeña dama en busca de Vanya, que va dando tumbos por toda la vida nocturna neoyorquina huyendo de sus padres y de su esposa; una historia sobre el aferramiento de una mujer a una ilusión, o si se quiere, a los estándares capitalistas y patriarcales. Y sin embargo, todavía podría parecer una historia de amor. Es una comedia diferente, que no apela al chiste barato. Bien construida, en algunos ratos cansada, no hay mucho que reprocharle a Sean Baker. Anora ayuda a demoler el mito de Cenicienta, un mito que, sin embargo, es un ídolo con pies de barro. Tampoco nos trae noticias frescas acerca del alma humana ni del espíritu de la época. Es como repasar una lección repasada ya muchas veces. Ya todos ya sabemos que Cenicienta no existe, que Cenicienta son los papás. 

¿Vale la pena verla? Sí, si tu crush te dejó plantado/a afuera del metro para ver Mesa de regalos con el hijo de Derbez.

Daniel Espartaco Sánchez (1977). Es autor de varios libros, el último se llama Los nombres de las constelaciones. Ha ganado muchos premios literarios, pero no le gusta presumirlos. Lleva más de un año con la Clínica de Narrativa, un espacio virtual y físico de lectura y reflexión acerca de la escritura creativa. Vive en la colonia Narvarte, el único territorio con el que se identifica hasta el momento.

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