Bajo el sombrero se derrite una ciudad

Aquí no sobran sombreros oscila entre la crónica urbana, el ensayo filosófico, el espontáneo aforismo y el fragmentario diario íntimo. Un libro que de mil amores se bebe una cerveza con sublimes monotremas como Prosas apátridas de Ribeyro o El oficio de vivir de Pavese.

diciembre 16, 2024

Por Daniel Salinas Basave

Hay poesía irremediablemente encarnada a ciertas calles, una lírica fundida a perpetuidad con el espíritu de determinadas puertas, esquinas, changarros y tugurios.

Así como la esencia de Pessoa es inseparable del Chiado en Lisboa Antigua y la de Baudelaire es pura piel de Montparnasse, me es imposible leer a Francisco Serrano y no sentirme en las calles del primer cuadro regio.

Hay una ciudad derritiéndose en la red neuronal de Pancho, una cartografía urbana metamorfoseando en párrafos siempre furtivos.

Errabundo caminante de una urbe adicta a la simulación y la apariencia, Serrano es bardo y centinela de un Monterrey cada vez más espectral, las cuadras en extinción de su parte más antigua.

Lo imagino garabateando versos sublimes en la arrugada servilleta de una taquería abierta de madrugada o en el reverso de una nota de consumo en alguna fonda. 

Si como poeta Francisco es pura estirpe del Siglo Oro y su Bóreas y el Sol me hizo pensar en un Quevedo exiliado a la Sultana, como cronista me ha sorprendido su transparente sencillez.

Aquí no sobran sombreros oscila entre la crónica urbana, el ensayo filosófico, el espontáneo aforismo y el fragmentario diario íntimo. Un libro que de mil amores se bebe una cerveza con sublimes monotremas como Prosas apátridas de Ribeyro o El oficio de vivir de Pavese

Entrañables las páginas dedicadas a sus rejegos y cariñosos perros, Mastuerzo y Demián o al gato Basurón, como infernales las que padecen sofocantes noches de verano en tiempo sequía y liberadoras las que narran su austral fuga a la rambla motevideana y un Parque Rodó con olor a petate.

Bajo estos sombreros que nunca sobran corre el Metrorrey minutos antes de la media noche y deambula la fauna de pirados y teporochos que emergen una madrugada cualquiera en la herrumbrosa calle Arteaga.

Por la ciudad derretida se arrastra la lámina ardiente de un camión que arroja su último estertor al filo de la madrugada mientras la oscuridad delira como rapaz en llamas entre las tinieblas de Avenida Colón. De las brasas de ese delirio brotan estos híbridos sombreros no sobrantes creados por un auténtico rinoceronte blanco del regio bestiario como es Serrano, un poeta brutalmente atípico. Podría ceder a la tentación de llamarlo el más fiel heredero de Samuel Noyola, pero en el tequila de Pancho habitan múltiples calaveras y de su sombrero brotan conejos que pueden llevarte a un desquiciado país de las maravillas yaciente en Aramberri o Carlos Salazar.

Leo a Francisco Serrano mientras arde el sereno en embriaguez y la mañana vestida con la misma ropa de ayer me embiste al momento de moler el grano cafetalero con despiadado brío, mientras un viento de matanza me lleva de viaje a las calles de una ciudad que ya no existe o acaso nunca existió pues se ha derretido bajo un sombrero.  

Nota del autor 

http://www.elem.mx/autor/datos/107414

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